
Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos
Yo escuché cuando dijo: “No Santa Bárbara… ¡La Bárbara!”, porque en ese momento no se le ocurrió: La Demajagua. Dijo “¡La Bárbara! Y nada de Santa Fe, sino ¡La Fe!”, así recuerda el cambio de nombres de estos dos poblados el escritor José Antonio Quintana Vega, uno de los tantos jóvenes que colmaban el recién estrenado parque Guerrillero Heroico (hoy Lacret Morlot), en Nueva Gerona.
Entre las pancartas desplegadas por los integrantes de las primeras columnas juveniles agropecuarias, casi niños en su mayoría, una consigna se destacaba: Recuperar lo perdido y avanzar mucho más.
Quien hacía uso de la palabra era el capitán Julio Tarraud Carrillo, miembro del Comité Central del Partido y delegado del Ministerio del Interior en este territorio.
Dos años atrás, al presentar la composición del primer máximo órgano de la organización partidista, el Comandante en Jefe dijo: “Entre sus miembros está el capitán Julio Tarraud, casi desconocido…, pero quien está haciendo un gran trabajo (…) en Isla de Pinos”.
Era el momento en que aquí se trenzaban los esfuerzos mayores para enfrentar los destrozos ocasionados por el ciclón Alma, y a nivel de país se agudizaron las contradicciones con la iglesia –sobre razones fundadas, ahora por todos conocidas– y se hacía más fuerte un sentimiento antirreligioso, más que todo anticatólico.
“Tarraud no era tan joven –recuerda Quintana– tenía el alto del cubano promedio, indiado, y quizás un poco trabado de cuerpo; o sea, no delgado sino compacto, sin ser obeso. Fue el jefe del Presidio Modelo hasta su desactivación y luego pasó a otras responsabilidades”.
En aquel acto, junto a Quintana estaba un hombre con más de 60 años, uno de tantos compulsado por la efervescencia de la juventud, pero quien tuvo, ante el cambio de nombres que nadie rechazó, una reacción muy particular. Dijo casi entre dientes: “¡A que no le cambian el nombre a la calle San Lázaro, o a la provincia Santa Clara!”. Viró la espalda y se fue.
En ese momento, rememora Quintana, “…no asimilé la reacción de aquel individuo. Pensé: ‘Mira este, ¡qué negativo!’ Meses después los cambios continuaron e incluso se tuvo la fineza de buscar nombres de mártires para sustituir a sus homónimos de largo ancestro pinero. Surgieron así Frank País, Juan Delio Chacón, Ciro Redondo, Paquito Rosales y otros.
Al paso del tiempo, quizás alguien considere que algunas razones tendrían los pineros para hacer eso. Pero la idea transformadora no fue de los pineros.
Felizmente, para la historia, a Santa Clara nunca se le cambió el nombre. Y en La Habana, según publicara Ciro Bianchi en Juventud Rebelde, se cuida muy bien y preserva el motivo de otros tiempos –importante valor agregado para el turismo–: “Nueve calles llevan el nombre de San Francisco. Otras cinco el de San Martín. San José y San Carlos aparecen cuatro veces cada una. San Cristóbal (…) dos veces. Santa Catalina se reitera en cinco calles, seguidas por Santa Ana y Santa Teresa, tres veces cada una”.
Y nosotros, los pineros, tenemos unas aguas curativas famosas en el mundo que desde 1760 impusieran el nombre de Santa Fe al lugar donde surgen. A la vista está la reinauguración de su balneario, el Santa Rita, abogada de imposibles en el santoral católico. Son otros tiempos, celebramos ahora cada 25 de diciembre y el viernes santo, cuyas excepciones laborales alcanzan a todos. En ese contexto, no desentona retomar la tradición histórica. Santa Fe y Santa Rita son motivos sacros –muy conocidos– que exceden al mundo de la cristiandad, los cuales se complementan y universalizan en un concepto: este es un lugar… para curar.
El 29 de septiembre de 1968 se le cambia el nombre a Santa Fe por el de La Fe , El 11 de diciembre de 1968 se le cambia el nombre a Santa Bárbara por el de La Demajagua , Lo que no se la fecha que se le cambio el nombre a Santa Isabel por el de La Isabel si alguien lo sabe me gustaría saberlo