El antiguo camino que unió a Nueva Gerona con Santa Fe, dividía la Isla al centro y llegaba hasta los cerros del Monte. Torcía al este, sobre el Abra de Moreno y enrumbaba hacia el primer poblado pinero para entrar desde el poniente.

Así fue hasta el primer lustro del siglo anterior, cuando el Gobierno Provisional Americano en Cuba, a cargo del interventor Charles Magoon, trazó una nueva vía que ahora, en la memoria popular, se conoce como “la carretera vieja a Santa Fe”. Su asfaltado era bastante rústico todavía, y se recordaba a su reciente inventor, McAdams, al consignar en los documentos que la ruta quedaba macadamizada.
Según una cronista de ocasión, Irene Aloha Wright, Magoon fue alentado sagazmente desde La Habana y se logró que hiciera desembolsos sensatos para mejoras públicas en Isla de Pinos, sobre todo caminos macadamizados. Los que ya en 1908 costaban algo más de 176 500 pesos. O mejor, dicho con propiedad, dólares, porque Cuba no disponía todavía de moneda propia.
Entones casi toda la tierra pinera (un 80 por ciento de las fincas rústicas) estaba en poder de los colonos que para ese momento eran mayoría: unos cinco mil, entre residentes y absentistas, contra algo más de 3 500 pineros.

Cuba, según la versión parcializada de la cronista norteamericana, había insistido solo en mantener flotando su bandera… y continuar cobrando los impuestos.
Sin embargo, los colonos ya habían comprendido que fueron engañados por sus compatriotas cuando se les hizo creer que Isla de Pinos pasaría rápidamente a formar parte de Estados Unidos.
Admitían con despecho, cuando su huella estaba ya impresa en el paisaje isleño, que el gobierno de Magoon les había resultado más favorable que el de Washington. Tres lustros después, luego de ratificarse el tratado Hay-Quesada, comenzarían la estampida del retorno. Unos tras otros quedaron abandonados los poblados y su arquitectura efímera sería pasto del tiempo o de las llamas.
Solo algunos bungalós desvencijados, de grandes ventanales y umbríos corredores –escapados de un pasado remoto– se conservan todavía; como los nombres lejanos de poblados fantasmas: Santa Rosalía, Colombia, San Pedro, Los Indios, Westport o McKinley.

Eso es todo, si descontamos la necrópolis de Colombia, sobria y desprovista de lujos, donde yacen los que no tuvieron tiempo de regresar o no quisieron volver derrotados a su patria. Un cementerio olvidado por los familiares de sus muertos, un cementerio desagradecido que comenzó en 1907 enterrando al viejo Jim Cooper Armstrony, organizador de las colectas públicas que reunieran los fondos para su ejecución.