La almendra es uno de los frutos secos más importantes a nivel mundial en cuanto a producción y consumo. Rico en proteínas, es de los alimentos más nutritivos; con él se elaboran galletas, turrones, helados, gaceñigas, panqués y cucuruchos de almendras tostadas con sal o confitadas.
Árbol perenne de hasta diez metros de altura que muda sus hojas a finales de otoño dando a las calles y avenidas, como muy pocos de nuestra flora, una sensación de cambio estacional, típica de otras latitudes. Se caracteriza, además, por su ramaje que superpone niveles diferentes y horizontales, con troncos erectos de corteza oscura y agrietada. Lo sustenta un sistema de raíces constituido por algunas de mayor diámetro que se desarrollan en amplitud y profundidad garantizando una resistencia considerable a los fuertes vientos, tan comunes en nuestra temporada ciclónica.
El fruto es una drupa con el mesocarpio inicialmente blando, pero que va endureciendo a medida que madura. La semilla es el producto de consumo, posee dos tegumentos envolventes difícilmente separables que primero son verdosos, pasan al amarillo y luego a castaño claro o marrón, según su grado de sazón.
Consumir de almendras reduce las inflamaciones del aparato digestivo y urinario, además resulta antitusivo, pectoral y laxante.
Entre sus componentes activos destacan los minerales, las proteínas, vitaminas A y B, aceite graso y albúmina.
Se reproduce bien por semillas, en cualquier tipo de suelos, aunque el injerto resulta aconsejable cuando se quiere adelantar las primeras cosechas.
En territorio pinero los mayores y más antiguos árboles de almendra –no confundir con el almendro foráneo– se encuentran en la costa sur, cerca de Cocodrilo, por donde estuvo el miniaeropuerto, hoy campo de pelota. Y en la parte norte se destaca la sombreada carrilera de almendras a ambos lados de la carretera que va de La Fe a La Reforma y sobrepasa con amplitud su medio siglo de existencia.