
Oriundo de África, dentro de nuestros frutales el tamarindo llama la atención por ser un árbol fuerte, soberbio y esbelto como ningún otro, cuya fronda elegante y refinada parece un encaje. Su fruto es pendiente, en forma de vainas o legumbres, y resulta una de las mejores frutas cubanas, la más dulce y al mismo tiempo la más ácida. El ácido tartárico enmascara el dulzor de la pulpa, pero su abundancia le confiere la propiedad de ser un excelente laxante y le da un peculiar sabor.
Posee gran cantidad de minerales, como calcio y fósforo, y abundante vitamina B, entre otras.
Gracias a su majestuoso porte ha sido utilizado en los campos cubanos como cortina rompevientos. Prefiere suelos aluviales profundos y soporta bien la sequía. Recomiendo la siembra directa en bolsas plásticas u otros recipientes y trasplantar después de un año utilizando distancias de 2,5×2,5 o 3×3 metros.
Coseche los frutos maduros para su consumo fresco y tenga en cuenta que se conservan mejor si mezcla la pulpa con azúcar refinada. Almacene en lugar fresco y evítele el contacto con objetos de cobre.
En la culinaria internacional es utilizado como componente fundamental en la confección de refrescos, dulces, jaleas, mermeladas, salsas y aderezos.
La madera garantiza un carbón de excelente calidad y en la hojarasca está el aporte de alto valor forrajero. Sus flores proporcionan un colorante amarillo, son nectaríferas y dan miel abundante y de calidad.
Por cuanto hemos reseñado, el tamarindo resulta un rompevientos muy especial –quizás el único con esa condición dentro de tal categoría– que por derecho propio debe tener un mayor protagonismo en los planes para el desarrollo frutícola de este territorio, donde tanto menudean los fuertes vientos.