Fuente luminosa

El ojo de agua verdosa me salió al encuentro como una laguna redonda, trazada a cordel, perfecta, artificial. Pegadas a un corto tramo del anillo que circunda sus aguas vi unas raquíticas matas de macío, aterrorizadas, que en más de 90 años no se atrevieron a apartarse de su orilla.

FOTO: Guillermo Maquintoche Vázquez (Miembro de la Unhic)

Volviendo la vista en torno, a espaldas mías y como a un tiro de piedra, descubrí la colina amontonada con el fango extraído del vacío enorme. Una colina cónica, exacta; ahora recubierta por unos yerbajos que se mueven lentos; y tres palmas, un algarrobo, una mata de mangos y… una casucha al pie de la falda.

El ojo de agua tiene el mismo diámetro que una circular de Presidio Modelo, y es tan profunda como alta es cualquiera de ellas.

Al mediodía, cuando los presos ya habían sacado el mar de agua empozada durante la noche y comenzaba la extracción del fango podrido, asomarse el borde del círculo dantesco tiene que haber producido vértigos. A pesar de eso –y del cansancio– había que bajar por una larga y resbaladiza escalerilla de madera, sin barandas, con una pesada tina en la cabeza. Subir y bajar con la tina llena de fango, con la tina vacía, interminablemente, como autómatas, durante todo el día y todos los días.

A eso llamaban trabajo forzado, hacer algo para nada, hasta el agotamiento extremo. Solo para satisfacción de Pedro Abraham Castells Varela, quien apenas venía, muy de vez en vez, para apreciar los progresos del yugo impuesto. Había que soportar, además, el sarcasmo de los guardias, “…no se me aflojen, muchachitas… que esto es hasta el centro de la tierra”.

Y el recuerdo tenebroso de aquel día, en que –sin motivo alguno– escogieron a 13 y los pusieron en fila con un guardia detrás, apuntándoles con el fusil a la base del cráneo. A 12, y a la orden de ¡fuego!, les reventaron los sesos de un disparo y al sobreviviente le escarnecieron: “No estás vivo de milagro, estás vivo para que lo cuentes. Para que todos sepan cómo se cumplen aquí las órdenes del capitán Castells”.

Quizá los arqueólogos del futuro, intrigados ante el enigma doble de una colina artificial de fango negro, redonda y perfecta, frente a un círculo de aguas verdosas, taimadas, busquen en vano “la piedra de los sacrificios” donde los sacerdotes del fusil debieron desparramar los sesos a sus víctimas, de un tiro, sin cuchillo de ceremonias. Pero si extraen toda el agua –los miles de metros cúbicos de agua emponzoñada– y buscan cuidadosamente en el limo del fondo, quizás encuentren los huesos de hombres que vivían todavía en 1930.

Si como experimento, con estas aguas de pesadilla –las de la Fuente luminosa de Presidio Modelo– riegan cualquier planta, verán que no crece, no da flores ni frutos. Si entonces la intuición no los confunde, comprenderán que el maleficio retenido en sus entrañas es superior al duro salobre de tantas lágrimas.

(*) Miembro de la Unhic

Otros artículos del autor:

Historia Isla de la Juventud
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *