Enarbolar su ideario, una lucha cruenta

No era solo honrar los restos del caído, había que rescatar sus ideas y enarbolarlas. FOTO: Cortesía de Mirtha Fuenzalida

Cuatro años después de su caída en combate, un semanario habanero, El Fígaro, lanzaba una encuesta que aportó resultados reveladores. Preguntaba a 109 personalidades del momento, muchas de ellas con altos grados en el Ejército Libertador, a quién debería representar una estatua para sustituir, en el Parque Central de La Habana, a la que hasta entonces personificaba a la soberana española, Isabel II; solo 15 indicaron el nombre de José Martí.

Era un momento convulso, tanto como los 30 años de guerra anteriores. Asombrillado, además, por el “ejército pacificador” norteamericano que permitía a quienes habían enfrentado a los independentistas continuar librando su particular contienda, con toda impunidad.

Los restos de Martí no se resguardaban todavía en una tumba digna sino en un nicho más, el 134, del cementerio Santa Ifigenia. Su pensamiento y obra eran casi desconocidos.

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Entonces, y en contraposición a horizonte tan sombrío, se crea la Sociedad Patriótica Admiradoras de José Martí, en febrero de 1899, a iniciativa de un grupo de mujeres. Tenía, entre otros, un propósito muy significativo: mantener en la tumba del Apóstol-como lo expresara en versos premonitorios- “un ramo de flores y una bandera”.

A la convocatoria de este grupo reivindicador, se debió, de inmediato, la tarja puesta en el nicho 134 y luego la erección, en el propio cementerio Santa Ifigenia, de un templete, que se inauguró en 1907.

Pronto, en 1912, se crea la comisión Pro-Martí en Santiago de Cuba, encabezada por las maestras del colegio Spencer, una escuela pública para niñas, fundada en 1905. Ellas asumieron el cuidado de los restos del Apóstol como hiciera su antecesora, la Sociedad Admiradoras de Martí.

A la gestión del Spencer se debió que el escultor italiano Ugo Luisi realizara el primer busto colocado en aquel templete, el 19 de mayo de 1913. Un símbolo, frente al sentimiento de frustración colectiva. Era la referencia de lo no alcanzado, del ideal no cumplido; y el pueblo clamaba porque “la República instaurada no era la que soñó Martí”.

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Las docentes del Spencer jugaron un rol esencial en la divulgación y cuidado del entonces casi desconocido ideario martiano, contribuyendo a la formación científica y patriótica de las generaciones venideras. Fueron las suyas, maestras comprometidas con su tiempo, capaces de exaltar la personalidad del Apóstol aun en el complejo contexto histórico por el que transitaba nuestro país. Además, como institución, realzaron la figura de la mujer cubana durante aquella caricatura de república, cuando les estaba vedado hasta el derecho al voto.

El actual mausoleo a José Martí -que no pude visitar en mi reciente visita a Santiago de Cuba por estar en remodelación- se inició el 19 de mayo de 1947 y fue inaugurado el 30 de junio de 1951.

Que el Apóstol repose ahora en un panteón digno fue el logro de una batalla que se dilatara sobre el medio siglo. Una cumbre conquistada, para todos, por las mujeres cubanas, tan aguerridas siempre y tan llenas de amor. No retenemos sus nombres, como no atesoramos los de tantos caídos en combate; pero -y en gran medida- a ellas debemos hoy, en la defensa de nuestro Socialismo, poder enarbolar como bandera el contundente ideario martiano.

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