
La Cañandonga (Cassia grandis L.), también conocida como cañafístula cimarrona, es natural de América Central, norte de América del Sur y Las Antillas. Árbol grande y coposo, de follaje verde oscuro y flores rosadas en ramilletes muy vistosos. El fruto es una vaina cilíndrica de más de media vara de largo, lleno de semillas aplastadas unas sobre otras como pila de monedas. Entre ellas hay una especie de tabique coriáceo –cierta variedad carece del mismo, la llaman cañandonga sin hueso– y una sustancia oscura, de sabor desaíno, que es la parte utilizable como suplemento dietético o medicinal.
La cañandonga se multiplica de semillas. Despliega en primavera, de febrero a marzo, grandes ramilletes de flores color salmón y capullos malva rosáceo. Un árbol muy ornamental, propio para carreteras, caminos, avenidas y parques.
Por vía oral se usa la decocción de hojas, fruto y corteza para tratar la anemia, hemorragia nasal, enfermedades del hígado, infecciones urinarias, histeria, resfrío y tos.
Mientras, por vía tópica, sus hojas se aplican en ungüento para tratar dermatomicosis (herpes, llagas, tiña, vitíligo).
De la raíz se extrae un líquido antiséptico y cicatrizante que se usa para curar heridas; resultando, además, antirreumático y muy conveniente para afecciones de la piel.
A las hojas y los frutos se les atribuyen propiedades antianémicas, antimicóticas, antisépticas, astringentes, depurativas, diuréticas, estimulantes, expectorantes, febrífugas, galactagogas, laxantes, mineralizantes, purgantes, sedantes y tónicas. La raíz, por si fuera poco, posee propiedades febrífugas, purgantes y tónicas.
Con semejante aval, y recomendada la cañandonga por las “eminencias” médicas de la época, no es casual que los pineros hicieran el gran negocio, como consta en documentos, proveyendo a los piratas de semejante curalotodo universal.