Una tarde en San Isidro

La iglesia de San Francisco de Paula, en la Alameda de Paula. Foto: Yadira Montero.

Se habla a menudo de San Isidro con demasiada ligereza. Para muchos, ese barrio situado al sudoeste de La Habana Vieja, con alrededor de 12 000 habitantes en 0.3 km², no es más que la famosa zona de tolerancia de los años iniciales de la República, feudo de Alberto Yarini, un hombre convertido en leyenda. San Isidro, sin embargo, es mucho más que eso.

Allí se estableció el Gobierno de la Isla y el consejo de defensa de la ciudad en los días del sitio de La Habana por los ingleses (1762), y en su territorio se asienta la iglesia habanera más antigua, la del Espíritu Santo, y la de La Merced, que se tiene como el templo católico más hermoso y elegante de la urbe.

Es una zona con largas tradiciones culturales, y en ella se localiza la Alameda de Paula, el primer paseo con que contó La Habana. Como si fuese poco, en esta humilde barriada nació José Martí.

Surge el barrio

San Isidro es un santo católico canonizado en 1622; el principal laico casado llevado a los altares. Era labrador y se le invoca lo mismo para pedirle lluvia o sol, dinero en caso de necesidades apremiantes, y el alejamiento de malos vecinos. “San Isidro, labrador, / quita el agua / y pon el sol”, ¿recuerdan?

Diego Avelino de Compostela, obispo de Cuba, construyó en la zona una ermita que puso bajo la advocación de San Isidro, ermita demolida luego para construir la iglesia y hospicio del mismo nombre, que ya no existen. De ese santo, patrono de los huertos, toma su nombre esta zona, que en 1771 era ya uno de los ocho barrios habaneros. Siguió siéndolo hasta después de 1959, y en 1976 pasó a ser uno de los consejos populares de La Habana Vieja.

Se extiende entre la calle Egido y la Avenida del Puerto, y desde Acosta hasta Desamparados. Su eje es la calle que toma el nombre de la barriada, una de las más emblemáticas y concurridas del municipio, apenas unos 600 metros de vía con edificaciones coloniales y neoclásicas.

Lugares non sanctos

A fines del siglo XIX, en calles cercanas a los muelles —Habana, Cuba, Sol, Compostela, Desamparados, Luz, Samaritana… — aparecieron lugares non sanctos, precisa Dulcila Cañizares en su libro de testimonio sobre Alberto Yarini.

Se trataba de lupanares donde las prostitutas se regían por un reglamento especial de higiene pública que las obligaba a portar una cartilla, especie de carné de salud, que las declaraba aptas, luego de estrictos e irrecusables exámenes periódicos para ejercer su oficio.

Es bajo el Gobierno interventor norteamericano que comienza a instituirse San Isidro como zona de tolerancia. Elaboran las autoridades interventoras el nuevo reglamento especial para el régimen de la prostitución en La Habana y un nuevo Servicio de Higiene y, obedeciendo preceptos y acatando órdenes, se establecen las prostitutas en el viejo barrio.

Llegaron desde todas partes de la ciudad. La gran mayoría de las calles Tejadillo, San Juan de Dios, Aguacate, Empedrado, Morro, Bomba (después Progreso). Desde Teniente Rey y Obrapía; isleñas casi todas que vinieron a Cuba engañadas, con la ilusión de una vida mejor y la posibilidad de ayudar a la familia lejana. Llegaron también negras y mulatas, y desde las calles Amistad, Rayo y San Miguel, mujeres más refinadas. Vienen, asimismo, del interior de la Isla y de más allá de los mares, mientras que albañiles, carpinteros, pintores… desmantelan y desarman las viejas accesorias, cuarterías y anexos para levantar la nueva zona de tolerancia de San Isidro.

Con aires de caballero

Ese era el reino de Alberto Yarini. Controlaba una buena cantidad de prostitutas que trabajaban para él en diversas accesorias. Por sus calles se regodeaba con aires de caballero intachable. Regalaba monedas a los chiquillos y solía premiar con una palmada en el hombro a los que lo adulaban. Se encaprichó con la pequeña Berta, la mujer más bella que se vio jamás en San Isidro, y se la birló al francés Lotot, que la tenía en su serrallo.

Y Lotot que solía repetir que vivía de las mujeres y no moría por ellas, le pasó la cuenta. Un enfrentamiento en el que los dos perdieron la vida y que dio origen en el barrio, entre chulos cubanos y franceses, a la llamada guerra de las portañuelas. Moría Yarini, con 28 años de edad, el 22 de noviembre de 1910.

Se desataron entonces las ambiciones. Fueron varios los que se creyeron con derecho a ocupar el reinado del chulo difunto. Ninguno dio la talla y las cosas cambiaron en el barrio, hasta que el 23 de octubre de 1913, en virtud del Decreto 964, se extinguía, al menos de manera oficial, la zona de tolerancia de San Isidro.

Emigran las muchachas. Algunas se establecen en los alrededores de la Universidad, otras en el barrio de Atarés, mientras que el barrio de Colón se yergue como la zona de tolerancia por excelencia, y la calle San José, desde Escobar hasta Galiano, se llena de prostíbulos. En medio de la segunda guerra mundial surge la nueva zona de La Victoria, que tendrá como eje la calle Pajarito (Retiro) y se extenderá detrás de lo que ahora es el mercado de Carlos III. Todavía son muchos los que la identifican con el nombre de Pajarito, el barrio de Pajarito.

Durante las décadas iniciales del siglo XX, se transformó la arquitectura del barrio. El espacio que ocupan casas unifamiliares, de una sola planta, mampostería y techo de tejas, pasó a ser ocupado por edificios de apartamentos con un comercio en el primer piso. Otro cambio ocurrió en la década de 1950, con la construcción de inmuebles dedicados a oficinas y almacenes, y de espacios para parqueos que respondieron a las necesidades de los muelles cercanos.

Cajita premiada

Causó arrebato hacia 1840 el llamado baile de la Ley Brava, descrito por Cirilo Villaverde en su novela Cecilia Valdés, mientras que la Feria de la Merced atraía hacia San Isidro a bailadores y curiosos de toda la ciudad. Ensayaba allí la comparsa de Los Dandy, muy gustaba en el carnaval habanero. Se disfrutaba de la rumba de cajón. Glorias de nuestra música como el cantante Miguelito Valdés (Mr. Babalú) y Siro Rodríguez, integrante del cubanísimo Trío Matamoros, forman parte de la memoria musical del barrio, al igual que el trompetista Félix Chappotín.

De la gastronomía popular vienen platos como la cajita premiada, elaborada con huevo y bacalao y esa especie de tamal que es el ekó, mientras que el chekeré, refresco de maíz fermentado y naranja agria, era ideal para sacar la sed.

La ceiba es, en las religiones afrocubanas, un árbol sagrado. Da albergue a todos los orishas, a los santos católicos y a todos los muertos. Se halla en la calle San Isidro, esquina a Habana, el parque de La Ceiba, lugar de recreo y descanso, venerado por los creyentes y sede de proyectos comunitarios.

Desde 1994, la zona se benefició con la creación del Taller Experimental para la Revitalización Integral del Barrio, liderado por la Oficina del Historiador de la Ciudad, que incide, con sus propuestas, en la imagen del entorno y la filosofía de la comunidad.

Y aporta nuevos significados a su vida cultural la galería Gorría, del actor Jorge Perugorría, en San Isidro, 214.

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