Una parcela de economía circular

“Mi abuela a los 100 años trabajaba la tierra”, rememora Odalis, orgullosa de su estirpe campesina. FOTO: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Me orientó un amigo que vive cerca de allí, en Nueva Gerona, “…calle 37, recto hasta la escuela Máximo Gómez, y tuerces a la derecha rumbo al río. Al fondo del CDR uno, zona 20, del reparto Industrial. Ahí vas a encontrarla”.

Y así fue.

Odalis Noa Fajardo tiene 54 años y nació en Contramaestre. Al llegar a su parcela, ya cerca del mediodía, la hallé guataca en mano, aporcando canteros de cebolla. Respiraba con dificultad, pero no parecía cansada.

“Es por el asma –me dijo– pero trabajar la tierra me libera de todo, los problemas de la casa, qué voy a cocinar hoy, me libera hasta del asma. Se me calientan los motores y la sobrellevo mejor, como mi abuela… falleció con 105 años y todavía a los 100 trabajaba la tierra”.

Sus cebollas, según veo, están a un mes de la cosecha óptima, y las ha logrado muy buenas “…a pesar de la falta de agua, hice pozos y están secos secos. ¡No llueve!”

Su parcela, casi una hectárea, está muy cerca del río Las Casas, tanto que las aguas subterráneas fluctúan con la marea, “…en la alta, como el agua dulce flota sobre la salada, mis pozos cogen un poco de agua. Entonces aprovecho, saco la que pueda y la acopio en tanques y cuanto trasto esté desocupado”.

Odalis hubiera querido estudiar agronomía, “…pero tuve que dejar los estudios y ponerme a trabajar”. Ahora tiene consigo a tres de sus cuatro hijos, varones los tres, casi adolescentes, que la ayudan en los quehaceres de la casa, pero a los que no permite faltar un día a la escuela ni sacar malas notas: “…yo no pude, pero ellos me tienen a mí y pueden llegar bien lejos, no quedarse –como yo– en noveno grado”.

Bajo ese régimen, esta mujer, que no destaca por su corpulencia, acaba de recoger una cosecha de tomates, y ya tiene a mano las de remolacha, ají, ajo porro, calabaza y zanahoria.

“Sembrando, tengo la comida de mi casa y del pueblo. Vecino que no pueda comprar, le regalo. Hay algo grande dentro del pecho, en dar a los demás, en compartir lo que tienes”.

Un detalle de aquella parcela, de los tantos motivos de admiración, es la integración de los cultivos con la crianza de animales, en ciclo cerrado: “…alimento a la tierra con lo que recojo de la zanja a la que van los desechos del corralito donde tengo unos puercos. Lo complemento con el estiércol de las gallinas y los patos. Luego, ya seca, la pongo en sacos y queda lista para la siembra: donde pongo el grano, primero le echo un poquito de esa materia orgánica; un puñado, no hace falta más”.

Y los desechos de cosecha, van a esos mismos puercos, gallinas y patos. En su parcela nada se pierde. Un ejemplo bien acreditado, desde siempre; ahora llamado –cosas de la modernidad– economía circular.

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