Acostumbrados a recibir cada mes la sal de cocina, como parte de la canasta familiar, nunca tuvimos en cuenta un detalle de historia local. La Isla de la Juventud es precisamente eso, una isla, rodeada por el mar y –quizá todavía–con posibilidades de producir su propia sal.

Vino a hacérmelo notar el encuentro casual con un amigo, trabajador de Etecsa, prendado de esta localidad y el acontecer de otros tiempos, Andrés Cruz Rodríguez.
“Mis hermanos mayores, desde que eran muchachos, y mi papá, trabajaban en un lugar donde aquí se hacía sal –recordó, sin mayor precisión–, detrás de la playa de Guayabo. Estaban fomentando lo que después fuera el cocal de La Melvis, y buscaban algas por aquellas costas para fertilizar viveros. ¿Por qué no hablas… sobre eso?”
Una invitación como para no desatender. Efectivamente –y me remito a muy antiguos pergaminos históricos, correspondientes a 1826–, antes de cortarse el primer árbol donde se asentaría Nueva Gerona, ya el doctor José Labadía notificaba al capitán general de la Isla de Cuba: “El establecimiento de las salinas es muy fácil en la Isla (…) pudiendo ser este un ramo de comercio muy consecuente”.
Mucho más explícito resultó, cuatro años después, el teniente de caballería y agrimensor público Don Alejo Helvecio Lanier, quien trazara el plano de la capital pinera: “La playa desde la sierra de Bibijagua sigue como la anterior, pero poco antes de la primera punta de Salinas hay una salina natural de 500 varas de largo. De esta primera punta a la segunda, la costa es como la anterior, con la diferencia de que el monte bajo llega hasta el agua. Desde la segunda punta hasta la tercera, el terreno inmediato a la costa, a distancia de 25 varas, está a nivel del maren marea llena; pero forma grandes salinas limpias de árboles. Estas salinas naturales que serían fáciles de beneficiar, se van ensanchando hacia el este y forman extensos playazos…”.
Ciento cuarenta y cuatro años después, el doctor Antonio Núñez Jiménez, espeleólogo, geógrafo y capitán del Ejército Rebelde, se refirió en estos términos al mismo lugar: “…bello mapa, a escala de 200 cordeles, en el que aparece magistralmente trazada la costa irregular del norte de Isla de Pinos en color azul, festoneada de pantanos entre la punta segunda de Salina y la punta del Masío, es decir, los 18 kilómetros que en línea recta abarcaba la colonia/Reina Amalia/”
O sea, de punta del Masío (hoy del Lindero) a la segunda punta de Salinas, de extremo a extremo, era la frontera marítima de la colonia que tendría como capital a Nueva Gerona. Así fue concebida y aparece en mapas. Nada, que las despabiladas autoridades fundadoras previendo la necesidad de sal que tendrían los pineros para adobar sus carnes y la curtiembre de cueros, decidieron reservarse el monopolio de aquella riqueza natural. ¿Cómo? Incluyéndola en los terrenos propiedad del estado, o sea, de la colonia que se fundaría.
Allí –como aparece en documentos–, a unos dos kilómetros de Bibijagua, hacia el este, estuvieron las salinas de las cuales conocieran los hermanos mayores y el padre del amigo Cruz Rodríguez. Queda su curiosidad satisfecha,pero revelando un dato que, en estos tiempos,quizá pueda hacernos menos dependientes de las asignaciones centrales y más sustentables.