Muchas veces ha estado el arqueólogo y espeleólogo Jorge Fernando Garcel Domínguez en el terceto cavernario de Punta del Este. Ahora volvió a esta Isla, invitado al centenario del Tratado Hay-Quesada y, en su condición de organizador de la Unión de Historiadores de Cuba, participar en la asamblea extraordinaria de la filial pinera.

Garcel es, además, el especialista principal del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural que atiende monumentos, y en tal sentido considera que salvar Punta del Este “…es una misión y obligación nuestra, de primer orden”.
Un tesoro que no se acaba de comprender…ni explotar. Las opciones, sobre su manejo más adecuado, están un tanto divididas. Por una parte, se considera la conveniencia de repintar las pictografías que adornan techos y paredes, como se hizo en 1967. Por otra, no realzar ninguna acción de restauración. ¿Cuál considera usted, claro, desde un plano personal, cómo la más conveniente?
“No realizar ninguna intervención a lo interior de la cueva. Esa es la mejor opción, y la única válida. Puedo asegurarlo categóricamente. La cueva fue convertida en vivienda durante muchos años y hasta una bodega le montaron dentro… inclusive el fogón donde cocinaba su dueño cubrió techos y paredes de hollín. En 1967 esos pictogramas estaban recubiertos por una espesa capa de este hollín. Para retirarlo, se utilizaron diferentes procedimientos y desengrasantes. Luego se repintaron los dibujos que habían quedado visibles al ojo humano, algunos habían reaparecido solo en parte y fueron completados por estimación. O sea, habíamos variado la integridad y autenticidad del exponente.
“No fue el único daño. Al ser eliminada la pantalla vegetal frente a la cueva, esta quedó desprotegida ante las agresiones de la luz intensa, capaz de desvanecer cualquier pigmento. Como consecuencia, aumentó la fotosíntesis de algas y hongos… los cuales tapizan ahora techo y paredes de un color verde azulado”.
¿Soluciones, profesor?
“Reforestar de inmediato frente a la cueva, para limitar la entrada excesiva de luz. Y limitar las acciones a la conservación natural del entorno, no repintar, pero sí restringir el acceso de personas y limitarlo a pequeños grupos… como se hace en cualquier patrimonio natural. El valor pictográfico de Punta del Este está considerado como el más importante del Cribe”.
Entonces, los visitantes encontrarán solo una caverna vacía… llena de dibujos, pero invisibles al ojo humano. ¡Y eso no puede atraer al turista común y creo que tampoco al especializado!
“Allí hemos aplicado lo más moderno en rescate, el levantamiento fotográfico en 3D. Eso está hecho, es resultado del avance tecnológico. Pienso que el Museo de Historia Natural (que acabamos de visitar en este recorrido) tiene una cúpula que pudiera adaptarse para la proyección. Y usted visitaría Punta del Este (como en un Planetarium) sin salir de la ciudad, disfrutando, además de otra gentileza adicional: vería las 213 pictografías repintadas en 1967, más el grupo numeroso de las ‘invisibles’… pero muy presentes”.
Una perspectiva atrayente, sin dudas. Lograble sin recargar la economía del territorio. Basta, según comprendo, con la confección de un proyecto de cooperación internacional e ingresarlo en la Cartera de Negocios del territorio. Vía expedita para obtener el financiamiento que permita adquirir los proyectores y equipos convenientes.
La Isla de la Juventud se enriquece así, tiene esa posibilidad, con otro gancho turístico de primera magnitud. Los visitantes podrían conocer el sitio rupestre –como refiere el arqueólogo Garcel– “con el valor pictográfico aborigen más importante del Caribe”, y sin salir de Nueva Gerona.