Su vida es como un poema escrito con las sencillas palabras diarias de la entrega, fidelidad a su familia, amigos y a la Patria, virtudes demostradas por Venancio Rives Ortega con el paso de los años hasta sus últimos días.

Con corta edad el hijo de Leandro Rives Torres y Bruna Ortega Vázquez gana la simpatía de todos al tocar el laúd, cantar décimas de su inspiración, usar guayabera con refinado gusto y jamás ocultar sus inquietudes patrióticas.
No es de extrañar que con 11 años actúe en la obra titulada Isla de Pinos Cubana cuando su grupo de teatro la presenta en La Habana, en respaldo a la campaña por la ratificación del Tratado Hay Quesada, que reconoce la soberanía de Cuba sobre Isla de Pinos.
En dicha puesta en escena resuena esta décima: El derecho y la razón/Son dos armas poderosas/Que claman silenciosas/Ya, la ratificación/De pinos, la posesión/Nos pertenece por ley/Desde los tiempos de Hatuey/El indio indomable y fiero/Que combatiera altanero/La esclavitud de su rey/.
Aunque vendepatrias alientan la corriente anexionista, el Senado yanqui aprueba el Tratado Hay Quesada el 13 de marzo de 1925, presionado por el reclamo popular en el país y el batallar de más de 20 años de los pineros, quienes al conocer la noticia salen jubilosos a las calles a celebrar la victoria y Venancio Rives está entre ellos.
La difícil situación económica familiar impide a Ramón –así lo llaman con cariño– proseguir sus estudios, solo alcanza el octavo grado; triste realidad pues le sobran inteligencia e interés en superarse.
El entonces adolescente –nacido el 18 de mayo de 1914, en Nueva Gerona– empieza a trabajar como aprendiz de mecánico en el taller del estadounidense Mr. Day, donde cobra un escaso sueldo.
A los 18 años entra en la Marina de Guerra, de donde lo expulsan al ser objeto de una denuncia por introducir en Isla Pinos bonos del Movimiento 26 de Julio desde su cargo de radiotelegrafista –con el grado de Sargento de Tercera de Señales– del puerto naval y aeropuerto de Nueva Gerona.
Además de estar identificado con los revolucionarios Juan Manuel Márquez Rodríguez y Andrés González Lines.
Los esbirros del tirano Fulgencio Batista lo encarcelan en el
Castillo de San Salvador de La Punta, en la entrada del Puerto de La Habana, luego lo trasladan hacia la fortaleza militar Torreón de la Chorrera, donde el brutal coronel Julio Laurent lo interroga, tortura y cuelga por sus partes, pero Venancio no delata a sus compañeros ni encuentran en su casa ningún documento comprometedor.
Debido a los golpes y torturas su salud se agrava hasta que desahuciado por los médicos lo envían a su hogar en la Isla para morir, lo que sucede el 22 de noviembre de 1957.
A 68 años de su deceso, para quienes habitan en este archipiélago, en particular los jóvenes, su actitud de no flaquear ante sus verdugos y su lealtad a la Revolución sirven de imperecedero ejemplo.
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