Valor moral de una fiesta popular

La proclamación y cambio de nombre de Isla de Pinos a Isla de la Juventud se efectuó el dos de agosto de 1978, en acto público y solemne. Fue en la escalinata de Presidio Modelo y estuvieron a cargo de Raúl Roa García, Canciller de la Dignidad, las palabras centrales. El Comandante en Jefe Fidel estaba allí.

Cuba, en esos días, era la sede del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Numerosas delegaciones extranjeras, de visita, asistieron también al acto.

En ese momento, miles de jóvenes estudiaban aquí en las escuelas en el campo, proyecto internacionalista que, además de los cubanos, sumó alumnos de tres continentes. Se había alcanzado la cima indicada por Fidel el 29 de junio de 1971: era esta, con todo derecho, la Isla de la Juventud.

Celebraremos su aniversario 44 dando inicio a una tradición: el Festival Isla Joven.

Los que se “preocupan” de nuestras carencias para señalarlas como manchas en la luz del sol, nunca pudieron imaginar que les subiéramos la parada, otra fiesta popular. Suponían que estábamos en fase terminal, famélicos, agónicos, cianóticos, pero una vez más se equivocaron. No será la única, los años venideros vamos a celebrar este logro,  otro sueño convertido en realidad. Nada engendra más éxito que las vivencias de éxito; en otras palabras, las victorias pasadas nos fortalecen y acondicionan los ánimos para alcanzar nuevas victorias. Ese es el valor moral de esta fiesta popular. Y la vamos a realizar en los tres poblados principales al unísono y con todo cuanto nos sea posible. Importante, sin agotar las reservas.

No vamos a estrangularnos económicamente para dar una apariencia de relumbrón. Lo vamos a hacer porque es nuestra voluntad y podemos hacerlo. Será modesto, pero no deslucido ni de pobre recuerdo.

Cierto que no tendremos el colorido y ambiente de feria que aportaban los catres y su muestrario de golosinas y chucherías, pero lo supliremos con la creatividad local. Para ello están convocados los organismos y empresas, minindustrias, artesanos, ventas de garaje y cuentapropistas.

Entre todos, con el aporte de cada uno, aunque sea pequeño, podemos y debemos darle el sabor pinero que no puede faltarle.

Cuando se inicia una tradición, nunca se tienen todos los elementos para lanzarla al más alto nivel. Pero de año en año se enriquece, perfila y engrandece. Para esta celebración no faltarán los escépticos ni quienes la consideren a destiempo. La criticarán, lo sabemos. Son los menos, y no están junto a nosotros en la acera del sol. Pero como aleccionara el Quijote a su escudero, al andar el camino ladran los perros. “Señal es, Sancho, de que avanzamos”.

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