Un punto de venta insigne

Foto: Tomada de internet

Una mata de mangos centenaria marca la entrada al poblado de La Fe, y casi a su sombra está el punto de venta del inmediato restaurante El Jagüey, ambos motivan este comentario.

Como unidad básica de la gastronomía pinera, El Jagüey se caracteriza por un servicio de salón en un fresco ambiente campestre, que, al caer la noche, pasa a la extensa área recreativa, bajo grandes árboles y con pista de baile al aire libre.

Por su ubicación en el entorno santafeseño y disposición de cooperar, esta unidad centra todas las actividades culturales que se realizan en la Cuna del Sucu Suco, –sobre todo infantiles– y también políticas, como la agrupación de jóvenes que ingresan a la previa de su servicio militar. Allí reciben la bienvenida a las fuerzas armadas y un bosquejo preliminar de sus normas de conducta.

Pero no solo esto, como dispone de un potente sistema de audio, esta instalación traslada sus equipos hasta la tarima del parque y contribuye de todas las formas posibles al mejor lucimiento de las actividades que allí se celebran.

Y todo lo anterior va sin cobrar un centavo. Digo lo que antecede, y no es todo ni como encomio gratuito, para caracterizar mejor a sus directivos y el colectivo que les acompaña.

En cuanto a ofertas, las propias de la gastronomía, incluyen iniciativas como la de mantener un renovado punto de venta, fuera de la unidad, en área de mucho tránsito. Allí pueden encontrarse los refrescos siempre a diez pesos, y a unos 35 los panes con queso, mermelada, morcilla, pastas o croquetas. O sea, que con 80 pesos usted merienda dos panes con croquetas y un refresco. Más barato, en ninguna parte; si tenemos en cuenta que hay como una especie de precios nivelados soto voce entre los expendedores, donde un pan con cualquier cosa vale, mínimo, 80 pesos.

El punto de venta del restaurante –al cual pertenece– aporta a esta unidad una entrada diaria que, en no pocas ocasiones, está muy cerca de lo ingresado por la venta de alimentos que se realiza en el salón-restaurante. Y lo hace sin tener una asignación de pan, por lo que deben comprar los de a 100 pesos, como cualquier vecino del poblado, y con estos componer sus ofertas.

En esta Isla, y es norma en casi todo el país, se prioriza la entrega de insumos a quienes han demostrado hacer un buen aprovechamiento de estos y ser grandes productores. Una estrategia no tan buena, como parece. Va creando una capa élite y cierra posibilidades a los demás para demostrar que ellos también pueden ser tan buenos como los mejores. Algo que, en algún momento, quizá sea visto como distorsión y deba ser enmendado.

Pero no visto tan a largo plazo, si de inmediato se aplicara una asignación mínima de insumos a este punto de venta insigne, que vende a mitad de precio en relación con los demás, estaríamos estimulando a que quienes ponen interés en bajar los precios gastronómicos reciban el apoyo que precisan para continuar como punteros en tal dirección, enarbolando el lema de pensar como país. Y hacerlo siempre con hechos, como ellos, no con palabras.

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