“A la bodega llegó masa de hamburguesa y croquetas, pero se nos acabó el aceite”, le avisó la esposa. Y el hombre salió a buscarlo, sin una preferencia específica. Lo mismo le serviría si fuera de soya, maní, canola, girasol o cualquier otro. La cosa era… volver a casa con un litro de aceite para cocinar.

Cerca del parque de su poblado, La Fe, encontró un punto con aceite en oferta. Vio a un cliente pagando con el teléfono. A 990 pesos el litro.
En el segundo punto, encontró la misma oferta. El mismo aceite, pero a 90 pesos menos. “Este me conviene”, se dijo. Y sacó su teléfono para pagar por Transfermóvil, porque no traía encima el efectivo que debía abonar.
“Lo siento, señor –le espetó el dependiente, con la misma dulzura de quien espanta una mosca fastidiosa– pero solo aceptamos EnZona.
“Otro que viola lo establecido”, se dijo el hombre, “…debían aceptar cualquier vía de pago, en efectivo o digital”.
Y decidió regresar al primer establecimiento que viera, aunque el mismo producto le costaría 90 pesos más. Desafortunadamente, allí tampoco le aceptaron el pago digital, a menos que fuera por EnZona.
“La razón está en que a la tarjeta de la dueña no le están cayendo los pagos por Transfermóvil”, explicó la dependiente, antes de agregar que tiene 25 000 pesos ‘en suspenso’. Las transacciones se efectuaron, su teléfono recibió la confirmación, pero “…a la cuenta de la dueña no ha llegado un centavo”.
“La respuesta del Banco (Bpa) es que debo localizar a los clientes, y hacer que me acompañen al Banco para verificar si tienen fondos en sus cuentas. Imagínese, muchos no son de La Fe, ni los conozco”.
Y si todos aceptaran y llegaran en el mismo momento, quizá semejante encomienda fuera factible. Aunque parezca un despropósito. Pero, lo más probable es que vendrían de uno en uno. ¿Cerraría el establecimiento cada vez, para acompañarlos al banco? Imposible
“Con EnZona no está pasando. ¿Por qué no le pones esa aplicación a tu móvil y sales de este problema?”
Parecía la mejor opción, pero no.
En el Joven Club le pidieron al hombre que su teléfono tuviera megas para bajar la aplicación, 50 pesos por el servicio, carné de identidad, tarjeta magnética, tarjeta Multibanca, contraseña, dirección de correo electrónico y número de teléfono… pero ni con esas pudieron habilitarle la aplicación. Su tarjeta era de las que vencieron en noviembre de 2020 (aunque esto nunca se hizo efectivo), de cuando no se daban tarjetas Multibanca.
“Y sin la Multibanca, nada podemos hacer en el Joven Club. Tienes que ir al Banco… a ver cómo te arreglen ese problema”.
Lo que narro parece un guion rocambolesco o una grotesca comedia de enredos, destinado expresamente a denigrar la bancarización y la funcionalidad de lo establecido por ley –aquello que debe cumplir quien solicite ser un nuevo actor económico–, pero no hay tal intención. Ocurrió exactamente así. Y el hombre, ese día, se quedó sin el aceite aunque dos veces lo tuvo a la vista.
En Japón, un tren amarillo cargado de sensores que circula a 300 kilómetros por hora y no lleva pasajeros, recorre las vías continuamente para detectar anomalías y que los especialistas puedan corregirlas a tiempo.
Nos hace falta, y no es para luego, habilitar nuestro propio tren amarillo que recorra establecimientos, controle el cumplimiento de las leyes y corrija a tiempo los desafueros que arraciman estorbos, en aparente sin sentido, agregando agobios suplementarios a la población.