
Trajo dos cocodrilos, tan grandes como ella misma, y es una muchacha de tamaño sobre la media de los cubanos. Su número con fieras tan rústicas cerraba la actuación del elenco en la Casa de Cultura santafeceña, el infaltable broche de oro del espectáculo. Entonces, el más “tranquilo” de la pareja, tiró la mordida…
Un riesgo frecuente al que se enfrenta Rosmer y Almega Tapia al trabajar con una de las especies de animales más primitivas, cuyo mínimo cerebro no tiene capacidad para ser amaestrado ni dar afecto.
Esta habanera, graduada de la Escuela Nacional de Arte en teatro y pantomima, desde los cuatro años baila, “español o popular, se me da bien –confesó– y mis números tienen algo de baile”
Hace unos 20 días estuvo con nosotros, por primera vez. Entonces hizo los números de tragafuegos y los zancos, de alto riesgo los dos; sobre todo el último, con un trencito de niños corriendo entre sus alargadísimas piernas. Uno que la tropezara era inevitable la caída.
De aquella actuación conservo las fotos, no hice lo mismo con los cocodrilos: temí que el destello los volviera ingobernables.
Hice bien, no por gusto se mostraban tan agresivos: Rosmery lleva “educándolos” –según supe después– apenas 15 días.

Los cocodrilos están, por naturaleza, siempre a la caza y su estrategia es “hacerse los dormidos”, cuando en realidad permanecen muy atentos y son capaces de atrapar a un perro a la carrera.
Sobre su par de taimados figurantes, Rosemary comentó, “…no partí tan de cero. Anteriormente apoyé a la señora que trabajaba con ellos. Yo la asistía…Ella hacia un cuento y me los ponía encima. No era como ahora: cargarlos, manipularlos; ni los alimentaba”
¿Y por qué -le pregunté-, trabajas con seres tan… poco amigables?
Su respuesta no pudo ser más sorprendente: “Al llegar a La Habana, de la primera gira a esta isla, se dijo: vamos a volver y hace falta un número de animales y… como yo quería volver, pero no podía traer lo ya visto por los pineros, monté el de los cocodrilos. La isla… ¡me encantó desde la primera vez! Aquí hay un público super acogedor, agradecido: y yo igual, agradecida con todos”
–-“Enséñame tu brazo”, le pedí a la despedida.
“No fue nada…–bromea–. No se preocupe. El tiró la mordida y yo quité el brazo. Esta vez anduvo cerca, pero yo fui más rápida. ¿No viste como le puse el hocico contra el piso y después me tuvo que dar un beso… por malcriado?”