Siempre dispuesto para ayudar en todo

Cada poblado tiene sus personajes que lo distinguen, le dan color, durante el tránsito de su vida. Algunos son notorios como Benny Moré, que hoy eternizado en bronce comparte el andar de los paseantes por el bulevar de Cienfuegos.

Escena frecuente en la antigua Santa Fe, Emilio con su carretón y bocinas anuncia un acto popular/ FOTO: Anelba Herrera Pantoja

Uno mucho más modesto, pero no intrascendente fue Emilio González Casas, alma de Santa Fe desde 1887 (año de su nacimiento, a finales del Siglo XIX)

“Yo era mocetón todavía… –contaba– y estaba contratado para sacar guano de murciélago en la cueva Punta del Este, esa que ahora es famosa por tener dibujos de los indios. Y una de las gracias que hacía… cuando encontraba un hueso o una calavera… ¡y fueron muchas! era tirársela encima a quien estuviera entretenido y decirle “Agarra lo que se perdió”, y él… a correr y yo detrás, hueso en mano”.

“Decir Pipo –recuerda su hija Isabel Marilis Herrera–, es decir la bondad misma. Y a nadie dejaba a pie pudiéndolo llevar en su carretón de caballos”.

Emilio, desde que espigara como hombre, trabajó para los colonos americanos hasta su estampida, a partir de la ratificación del tratado Hay-Quesada, el 13 de marzo de 1925. Trabajó, sobre todo, en la cosecha de pepinos. “Pero cuando llegaba el tiempo muerto… se iba al sur, con otros americanos o con quien apareciera. Allí sacó guano de murciélago (inclusive estuvo muy mal por una enfermedad que trasmiten esos bichos), cortó madera, hizo carbón, labró traviesas para ferrocarril, cortó leña para las panaderías… hizo de todo”.

Cuando triunfa la Revolución “Pipo sale del monte. Y como yo trabajaba en el Correos de Santa Fe…, pues estuvimos de compañeros en el mismo centro de trabajo, él como cartero, hasta que se jubiló. Y para él era una gloria, ya muy viejito, que lo buscaran para ponerle dos bocinas a su carretón y salir por el pueblo anunciando cualquier acto, cualquier movilización, cualquier campaña…Y así estuvo hasta el final, dispuesto a ayudar en todo, siempre. Pipo murió a los 103 años, lo vinimos a saber al realizar los trámites por la certificación de fallecimiento”.

Ya entonces se decía que la juventud estaba perdida, pero “Pipo nunca compartió ese criterio. Decía…el mundo evoluciona, y ellos evolucionan con el mundo. No tienen por qué ser iguales a los jóvenes de antes. Nosotros tampoco lo somos”.

Emilio González Casas, de tanto trabajar con americanos, entendía su lenguaje, a lo rústico. Y hasta tenía una forma muy propia de apreciarlo.

“A todos sus caballos enseñaba inglés –cuenta su hija–. Y era de ver… como al comenzar la jornada, les daba una orden… y ellos hacían así, solitos, se colocaban en posición, entre las barras del carretón.

“Algo bueno tiene hablar en americano (decía), sirve para entenderse con animales”.

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