Isla de los Piratas

Recuperar ahora, cuando todavía es posible

Exponentes auténticos del corso y la piratería, reclamo turístico distinto y de gran atractivo. Especialistas dispuestos a cooperar en su rescate

Que el buen paño hasta en el arca se vende, no siempre resulta conveniente. Mejor si lo sacas del arca y lo muestras al visitante de una forma atrayente. A esto se denomina ahora gestión de venta. Lo mismo ocurre con el patrimonio subacuático, de nada vale que la nuestra fuera por más de 300 años la Isla de Los Piratas si no lo extraemos del fondo marino, lo desalinizamos, preservamos e incluimos en un montaje museológico y museográfico.

Queremos y nos resulta imprescindible reactivar el turismo, pero continuamos –con muchas limitaciones– la añeja oferta de lo mismo con lo mismo, común al resto del Caribe: sol, mar y playa. Y lo que nos es propio y nadie tiene, aquello riquísimo y súper distintivo, continúa deshaciéndose, día a día, a pocos metros de profundidad.

“Me sería de gran satisfacción poder ayudar a los pineros”, expresó la especialista en artillería Raquel Blanco
Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos

El Encuentro Nacional de Historiadores Locales al que asistí en Santiago de Cuba me relacionó con alguien muy especial al respecto: vicepresidenta de la Unión de Historiadores en esa localidad, la máster en Historia del Arte Raquel Blanco Borges. Estuvo entre los fundadores, en 1978, del Museo de la Piratería, en el Castillo del Morro San Pedro de la Roca; desempeñándose como especialista de esa institución cultural hasta la fecha.

LO QUE YACE BAJO LAS AGUAS PINERAS

Hay todo un universo de artillería militar –y sus complementos guerreros– bajo las aguas de la Ensenada de La Siguanea. Allí se efectuó la más grande batalla naval del siglo XVI en todo el Caribe (primero y dos de marzo de 1596), 21 naves españolas contra una veintena a las órdenes del pirata inglés Thomas Baskerville.

Hoy, cuando uno bucea en la zona, encuentra áreas como empedradas por cantos rodados o chinas pelonas, a unos 20 metros de profundidad, son los “bolaños” –balas de pedernal– con los cuales se destrozaron a cañonazos. Allí se fue a pique alguna de aquellas naves.

En Cabezo Zambo, frente a cayo Ávalos, hay todavía una trampa mortal. Asecha bajo el mar, en apariencia despejado de peligros: una cordillera de arrecifes “como dientes de fiera” al decir de un antiguo cronista, invisibles a nivel de superficie. Durante 300 años desguazaron los cascos de las naves piratas o mercantes que de inmediato naufragaron yéndose al fondo. Toda su artillería, excepto la que se han robado y continúan robando ladrones internacionales, continúa esparcida por aquellos contornos, en aguas someras.

Un cañón de bronce, así ornamentado, alcanza valor monetario superior a muchas obras de arte famosas
Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos

“Un cañón de bronce, como aquellos: culebrinas, sacres, falconetes, ribadoquines, pasavolantes… –nos ilustró Raquel– ornamentados artísticamente, como era costumbre, con escudos heráldicos, monstruos amedrentadores, figuras míticas de animales, cenefas con motivos vegetales e inscripciones…, era una adquisición duradera y muy costosa, podía alcanzar mayor valor monetario que una obra de arte famosa”.

Ahora comprendo por qué los cañones de bronce –algunos hechos servir por los españoles 150 años después de fabricados– se convirtieron en apreciado botín de guerra para los norteamericanos, al concluir la toma de Santiago de Cuba en 1898. De los capturados en aquel momento, más de 80 fueron obsequiados como trofeo a 26 estados de la Unión; entre ellos, a Michigan y al Distrito de Columbia, correspondieron cuatro a cada uno; cinco a Pennsylvania y otros tantos a Nueva York.

NUESTRA PRINCESA DE HIERRO

Carronada montada sobre su cureña, similar a la nuestra; arma devastadora a corta distancia
Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Está en el bulevar geronense, despatarrada por el suelo, en grimoso abandono… una verdadera joya de la piratería. Se trata de una carronada primitiva, en bastante buen estado para ser de hierro, de las construidas a partir de 1778.

“Un arma ideal para cuando las acciones solían resolverse con el abordaje –según la especialista del museo de la piratería–, lo que a veces implicaba el combate previo a muy corta distancia; un arma ligera, maniobrable, barata y a su vez de efectos devastadores.  La carronada aumentaba el poder de fuego de cualquier nave, al tiempo que permitía reducir hasta en tres cuartas partes el peso de la artillería. Además, aumentaba la cadencia de disparo y no necesitaba mucho entrenamiento de sus servidores para tirar a boca de jarro, disparaba metralla o bala hueca (de 32 libras, o superiores), y era de un calibre más grueso que los cañones largos de peso equivalente”.

Era un arma eminentemente antipersonal.

LOS DISPUESTOS AL RESCATE

“Habrá quienes se opongan a la extracción de lo sumergido, pero dejarlo donde está es perderlo para siempre. Tengo mi propia colección de antigüedades y bastante experiencia en conservación. Ese conocimiento lo pongo, gustoso, a disposición de los pineros”, ofreció el arqueólogo remediano Joel Pérez Soto, a quien consultamos por teléfono.

“Puedo facilitarles bibliografía y el contacto con especialistas, no solo españoles sino de otras partes con quienes también me relaciono por mis investigaciones sobre la artillería primitiva”, respondió por correo electrónico el cubano, radicado ahora en Barcelona, España, Pedro Enrique Pujals, autor del libro Ultima Ratia Regum, artillería histórica de Santiago de Cuba.

Morteros de hierro emplazados en el parque memorial Loma de San Juan, Santiago de Cuba; destacan su cuidado y conservación
Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos

“Hay un centro, en Santiago de Cuba, de patrimonio sumergido; lo dirige el doctor Vicente González, quien colabora con especialistas de España. Creo que deben buscar su asesoramiento –indicó la también vicepresidenta de la Unión de Historiadores santiagueros–. Tengo con ellos relaciones de trabajo de muchos años y me sería de gran satisfacción poder ayudar a los pineros. Aquella isla estuvo, y todo el mundo lo sabe, muy vinculada a una de las actividades que han inspirado a más escritores, novelistas, cineastas, pintores y grabadores: el corso y la piratería. Por eso me incomoda tanto saber que ese patrimonio sumergido está en peligro”.

A MANERA DE COLOFÓN 

Esta es La Isla del Tesoro que describiera Robert Louis Stevenson en su famosa novela de piratas, conocida en el mundo entero como libro, en dibujos animados o versiones cinematográficas. Constituye una propaganda turística gratuita y universal, a nuestro favor.

Tenemos un cuantioso patrimonio sumergido que la avala, de valor incalculable, circunda esta isla a poca profundidad.

Si no rescatamos al menos sus exponentes más valiosos se perderán de forma definitiva –nada quedará legado a las generaciones futuras–; el agua de mar es extremadamente agresiva y lo carcome todo de forma continua, día y noche, hasta deshacerlo por completo.

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