Quinto, un reincorporado de larga data

En la curva que sigue al poblado La Ceiba, cerca de La Fe, está la casa de su hija adonde va “todos los días, sin importar sábados ni domingos”. Y no lo hace como visita, Quintiliano Arias Martínez va a trabajar.

¿Por qué no podemos mover las orejas?… bromea Quintiliano/ FOTO: Wiltse Javier Peña Hijuelos

“Siete años atrás esto era… la casa y un pinar, más marabú que pinos, recuerda. Alrededor un patio de tierra, como en cualquier casa de campo, con algunos frutales y dos o tres plantas de flores. Eso era todo, pero mi yerno y su hermano comenzaron a expandirse, y yo a ayudarles por las mañanas. Nos fuimos enamorando de la parcela… ¡y mira adonde hemos llegado!”

Desde la carretera, que cruza al frente, no se puede apreciar bien. A propio intento, dejaron los breñales como estaban al principio “para quitarle la vista al bateador”, bromea. “Estoy jubilado hace tiempo, y con los años uno aprende a proteger su trabajo”.

Pero detrás de esa barrera enmarañada y quita vista, han desbrozado un gran trozo de bosque y lo tienen sembrado de plátanos, yuca y café, como cultivos mayores; pero también hay mucho limón, caña, maracuyá, mango, guayaba, pera, aguacate… hasta cereza.

Todo a fuerza de brazos y con herramientas manuales.

“Y no creas que resulta un paseo, comenta. Aquí, además de los mosquitos,  hay como diez tipos de hormigas, y todas pican bien duro; además de los roedores, que son los más sangrones. Por eso andamos así, disfrazados… como para carnaval”.

Y lo que producen, en tales condiciones, se aporta a la cooperativa de créditos y servicios Ovidio Pantoja.

La estrategia de cultivo que sigue Quintiliano y los suyos, es la tradicional cuando faltan insumos químicos, la misma que aprendiera desde niño, con su familia toda de agricultores, cerca del río Cauto, donde nació.

“La yerba, no hay que verla como enemiga, sentencia. Córtala y déjala ahí, se pudre y convierte en abono. Y mientras no está cortada, resguarda del viento, amortigua la temperatura del suelo y lo protege del arrastre de la capa fértil a consecuencia de las lluvias”.

Quinto, como se le conoce familiarmente en toda La Fe, tiene ya 73 años, “y no me los siento casi, porque me mantengo en ejercicio. Si le sacas el cuerpo al trabajo físico, te estás perdiendo una de las mejores medicinas. ¿Por qué no podemos mover las orejas?… porque no se usan. Y así pasa con todo”.

FOTO: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Al verlo en aquel entorno, uno quizá piense que, a sus años, se esté agotando demasiado, pero no: “…termino la faena agrícola pasado el mediodía, almuerzo, regreso a mi casa, me baño, descanso y… dedico la tarde y buena parte de la noche a confeccionar prendas de vestir o al ajuste de tallas, poner un zíper, hacer un zurcido, poner un remiendo… porque soy sastre. Un oficio que también hace mucha falta en este país, y más en estos momentos. Una vocación a la cual nunca voy a renunciar”.

Él me recuerda a esos achinados maestros de las artes marciales, al parecer ancianos, pero muy capaces de ejecutar las mayores proezas. Un jubilado, como tantos, reincorporado al trabajo porque estar ocupado ha sido siempre su razón de vida. Y no es a consecuencia de los altos precios ni del reordenamiento económico. Quintiliano Arias Martínez estaba ya reincorporado desde mucho antes. Constituye, con su ejemplo, un componente importante de la población cubana que cada vez adquiere mayor relevancia. Aporta su fuerza de trabajo avalada por una larga experiencia. Inspiran por su constancia y disciplina. Lega a los jóvenes el valor moral del amor al trabajo.

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