“Me quitaron la corriente -así comparten algunos- de tal hora a más cual otra. Y me la volvieron a poner desde las tantas hasta las menos cuantas”.
Su publicación calamitosa en las redes sociales… No Me Gusta, ojalá existiera esa opción en los Likes. Y no me gusta sencillamente porque no me cabe en la cabeza que -con tanto como se ha esforzado este país para dar mayor nivel cultural a cada individuo- alguien piense en una mano peluda que les quita o pone la corriente a voluntad, como por entretenimiento, por el mero gusto de fastidiar y hacer la vida más difícil a sus compatriotas.

Apreciaciones como la anterior, tan retorcidas y carentes de sustancia provechosa, incitadas por tergiversadores de oficio, menudean no solo con la electricidad. En productos de la canasta básica y en cuanto signifique proveer o mejorar a la población ocurren con frecuencia.
Estas personas pecan de “ingenuidad” al cerrar sus entendederas ante lo que ocurre en realidad; están poniendo al proceso actual en la picota o ayudándolo a poner, están contribuyendo a desmontarlo, sumando votos para hacerlo parecer como desligado de sus orígenes, de su pueblo.
Lo correcto sería, en su criterio, mantenernos varados en el ayer, quizá porque allá tienen raíces o les suene más romántico. Pero revolución significa proceso de cambios, o no sería dialéctica; significa transformaciones y adaptaciones sucesivas. Esta no es aquella del 50-60, ni siquiera la del 2009-2019 (cuando llegó la covid 19). No puede serlo. Tampoco el mundo es el mismo. Ya el hombre fue a la luna, los aviones vuelan de uno a otro continente en cuestión de horas, se dispone de eficientes vacunas contra enfermedades ancestrales que azotaron a la humanidad, las mujeres usan pastillas, dispositivos intrauterinos o implantes para regular su descendencia, y vía teléfono celular hablamos con amigos o familiares que están al otro lado del mundo.
La revolución cubana no puede ignorar nada de esto, so pena de quedar fosilizada. Tuvo que asumir y actualizarse frente a cada uno de estos avances; no es la misma, ni puede serlo, de cuando los barbudos bajaron de la Sierra. Ha sobrevivido a encontronazos tremendos y respondió adaptándose hasta donde le fuera dable, pero siempre sin renunciar a su principio rector. Propósito múltiple, diverso, de bienestar para todos los cubanos, muy costoso, que transita por una gama limitada de productos exportables, y por habitar el corredor de las tormentas, de los ciclones, que en cuestión de horas impone retrocesos considerables.
Y por si no fuera suficiente, una pandemia que inmovilizó las producciones por tres años, deudas acumuladas a las cuales hay el propósito de honrar al precio de cualquier sacrificio, y un adversario que mantiene al país en una lista tenebrosa, justificante que esgrime para imponer las más drásticas medidas de bloqueo.
En estas condiciones la revolución no puede ser igual a la de su primera década, ni siquiera a la más reciente. Sobrevive por su inmensa capacidad de cambio, adaptación, respuesta y resistencia. Y lo hace como un persistente misil de vuelo asimétrico, que le permite alcanzar logros imposibles para otros, sin errar jamás al blanco que le prefijaran sus mayores.