Otros mártires por la independencia

En el acto municipal por el aniversario 69 del 26 de julio comandado por Fidel, hicimos referencia al efectuado 126 años antes, en igual fecha, pero no en Santiago de Cuba ni Bayamo sino en tierra pinera. Este se conoce, mayormente, como el levantamiento de Evangelina Cossío

, porque así convino a los espadones que soliviantaban al pueblo norteamericano para justificar su inmediata entrada en la guerra hispano-cubana. Lo protagonizaron patriotas pineros secundados por un grupo de deportados cuyo número no se ha logrado precisar todavía.

De haber tenido éxito, y puesto que la Invasión encabezada por Antonio Maceo ya se encontraba en Pinar del Río, le hubiera aportado dos piezas de artillería –las únicas en esta isla– con sus proyectiles, unas 200 armas largas de diferentes tipos con parque abundante, sables, machetes, bayonetas y alrededor de 200 o más combatientes.

La delación de uno de los complotados, deportado, y quizá también la ventaja de tener un teléfono que comunicaba a los cuarteles de la Guardia Civil de Santa Fe con su homólogo de Nueva Gerona, facilitó emboscar a la tropa cubana y frustrar aquel intento libertador.

En el encontronazo hubo un pinero caído, Bruno Hernández Blanco; fue el único. Los muertos relacionados después, deportados todos, en realidad fueron asesinados como ocurrió con los sobrevivientes del ataque al cuartel Moncada. Hasta ahora hemos rescatado solo los nombres de Juan Iturriaga, Emilio Vargas, Luis y Justo Pimienta.

Esta relación no resulta completa si se desconoce que de los 21 pineros apresados y luego remitidos a la fortaleza de La Cabaña donde guardaron prisión hasta el final de la guerra, hubo un muerto “en circunstancias desconocidas”: Manuel Narciso Hernández Llorca.

Y que a solo dos meses de salir en libertad, falleció otro de los combatientes, Hilario Soto Pantoja, contagiado allí de tuberculosis.

Esta era una venganza a largo plazo, común entre la soldadesca opresora, confinar a sus antagonistas en celdas que ellos sabían que  estaban altamente contaminadas con esa terrible enfermedad.

“De ahí saldréis vomitando los pulmones” era su befa preferida, como “calentar la sangre” era machetear a cualquier indefenso, anciano, mujer, niño o niña.

Y en tal sentido, vale tomar en cuenta lo relacionado en uno de los expedientes judiciales que conforman nuestro patrimonio documental. Se titula “Herederos de Bruno Hernández” y allí consigna que dos de sus hermanas: Monserrate, a la que familiarmente apodaban “doña Monsa” (de 12 años) y Belén del Amor Hermoso, de solo ocho, fueron también enviadas a La Cabaña, y contagiadas de tuberculosis. ¿Su delito? Pertenecer a la estirpe “del cabecilla insurrecto”.

Con barbaridades como esta se pretendió aterrorizar a los cubanos para que desistieran en su lucha por la libertad. ¡No olvidarlo! Y sus nombres, en tarja solemne, deben ser recogidos y venerados como mártires que fueron de aquella cruel represalia, conforman el altar sagrado de la Patria.

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