ÁREA PROTEGIDA LOS INDIOS

Otro mundo a un paso del cotidiano

El no tiene temporadas de baja aquí, donde abundan atractivos para el visitante especializado y el desarrollo local tiene un santuario natural de rarezas naturales

Nido hecho por el hombre será habitado por las cotorras del próximo año
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

Acaban de obsequiarme un moteado huevo de grulla. Es muy grande, como corresponde al ave de mayor tamaño en nuestro país. Ocupa toda la palma de mi mano y hasta la mitad de mis dedos. Estaba en un nido del año anterior, donde lo encontró Fidel Enrique Quiala Góngora, quien lleva 32 años caminando montes y conoce el área protegida Los Indios –según afirma– “con los ojos cerrados”.

Este es el santuario de grullas y cotorras. Situado al oeste del poblado La Victoria, se caracteriza por sus blancos arenales de sílice, salpicados de sabanas abiertas donde las grullas tienen pista suficiente para impulsarse en sus carreras anteriores al despegue.

Hay que destacarse en la danza nupcial o no habrá conquista
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

Allí, cercanas a las zonas de inundación, se alimentan, celebran el impresionante danzar de sus cortejos prematrimoniales –porque forman parejas para toda su vida–, anidan y crían a sus pichones.

ESPEJO DE PACIENCIA

Los pájaros no tienen olfato, y es la única ventaja para el observador encargado de estudiar sus hábitos y comportamientos. El aire no delatará su presencia, pero todo lo demás le va en contra. Con ramajes y yerbas hará un abrigo, parecido a un matojo cualquiera, que lo resguarde del sol. Llegará antes de amanecer y allí permanecerá, casi inmóvil, hasta bien entrada la noche, anotando cuanto vea, con exactitud de hora y minutos.

Trabajo constante resulta detener el arrastre de las aguas de lluvia
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

Expuesto siempre al calor, la lluvia, las garrapatas, garrapatillas y también, como glosara en 1838 el catalán Ribot y Fontseré, un deportado político a Isla de Pinos: Hay jejenes que se cuelan/Como el aire en descosido,/Sin respetar lo que manda/La iglesia que esté escondido//Hay zancudos, rodadores/Y trompetillas mohínos,/Los hay pardos, los hay negros,/Los hay grandes, los hay chicos…/Hay de todos los demonios/Disfrazados de mosquitos.

Frutos de la Eugenia victorini
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

Ese, y bastante más, es el precio a pagar por el observador para que el ave no cambie de conducta, para conocer sus entresijos, para luego ser capaz de disertar con propiedad ante el ecólogo o el turista especializado, para que la UEB Los Pinares, de Flora y Fauna, (incluye Los Indios, La Cañada, La Jungla y Los Cayos) no desdore ante quienes la visitan. Fidel Enrique, el veterano, y José Ángel Osorio Jiménez, el técnico forestal, han pasado miles de horas, convertidos en maleza, parte del entorno, indistinguibles hasta para el ojo siempre alerta de una grulla.

Animal de hábitos sorprendentes y meticulosos: una se mantiene vigilante, al cuidado de su bandada, con el largo cuello estirado sobre las altas hierbas; duermen siempre en playazos o sabanas abiertas, en el suelo y en equilibrio sobre una pata que mudan a intervalos; se alimentan junto con las vacas porque les hacen caminos; la bandada completa reposa de dos a cuatro de la tarde bajo la sombra de un gran árbol; y en la etapa reproductiva –incuban dos huevos, durante 30 días– pintan su plumaje con el barro inmediato al nido, camuflaje perfecto que las hace prácticamente indistinguibles.

ANIDAR DE LEYENDA

Robert Louis Stevenson puso una cotorra al hombreo del pirata John Silver. Una de las tantas pistas que nos dejara para identificar a nuestra Isla de las Cotorras, tierra mágica donde merodeaban los personajes en su novela de aventuras.

El paisaje, descrito allí con tanta minuciosidad, continúa siendo el mismo y, como antes, poblado por grandes bandadas de parloteras cotorras. Un ave de convivencia muy diferente a la grulla, con la cual no compite; ella está en lo alto y se alimenta con más de 100 especies de plantas y frutos diferentes. Hasta su carne, manjar predilecto en las tripulaciones piratas, es más tierna y jugosa.

Abre el pájaro carpintero el hueco inicial en la palma, ella se lo adueña –si antes no lo hicieron el sijú, la yaguasa, el cernícalo o las abejas–, lo perfila y acondiciona. Allí pondrá de uno a cinco huevos, y volverá a hacerlo cada año, siempre en la misma área, pero otra pareja no puede anidar a menos de 100 metros. Garantiza así suficiente espacio y alimentación para sus pichones. Y los del vecino.

La cotorra resulta, además, una nodriza excepcional. Si tuvo solo una o dos crías, acepta con satisfacción que se le agreguen pichones ajenos. Los hará suyos y sin diferenciarlos de los propios.

“A volar, que ya son grandecitos”
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

Pero un día, antes del 19 de junio, los destetará a todos por igual. “Se acabó el pan de piquito”, parece decirles, mirándoles con firmeza.  “іA volar, que ustedes ya son grandecitos!” Y no les dará más ni una menuda guayabita del pinar, aquí abundantes.

RIQUEZA DE UN MEDIO AMBIENTE

“Tenemos una variedad impresionante de especies, tanto en la flora como en la fauna -–ilustra José Ángel–. En muy pocos lugares del planeta puede el visitante-estudioso entrar en contacto con ellas sin sobresaltos, sin ser víctima de una serpiente o un depredador. Muchas de las nuestras son únicas, endémicas estrictas, todavía desconocidas del todo. Quizás en alguna esté la cura para un tipo de cáncer, del sida… o cualquier otro de los tantos males que azotan al mundo”.

Frutos de la Eugenia victorini
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

“Ahí tiene usted –interviene Fidel Enrique– dos especies de sapitos pigmeos, no sobrepasan un par de rayas en una hoja de libreta escolar. Están los bonsáis naturales, más pequeños que una cuchara clavada en la arena. El girasol enano… que brota y florece tras el paso de un incendio. O la Eugenia victorini, recientemente clasificada; la cual da frutos dulces, comestibles, no mayores que una cereza”.

“Agregue entre tanta riqueza –retoma su exposición José Ángel–: que tenemos 21 especies de orquídeas, y de estas cinco sin clasificación conocida. No están en el Orquideario de Soroa ni en ningún otro de Cuba o el mundo. Eso tiene un valor considerable, no solo científico. Un ejemplar de Bletia cerúlea, tan rara como esta, cuesta a un coleccionista más de 5 000 dólares”.

Nido hecho por el hombre será habitado por las cotorras del próximo año
Cortesía de José Ángel Osorio Jiménez

La nueva normalidad postcovid 19 tiene en Los Indios una oferta atractiva para el turismo especializado, ecológico, que no alterna temporadas de alta o baja. Eso hay que condimentarlo muy bien a nivel de desarrollo local, destinándole la atención y los recursos necesarios. Máxime cuando se cuenta con ganchos para atraerlo como el agregado final de Fidel Enrique, tras una larga relación de novedades: “Acabamos de descubrir otra planta insectívora, la tercera en la zona, sin nombre todavía. Atrapa a los insectos con sus bulbos a nivel de raíces, por donde resuma néctar, no como nuestras pinguícolas o dróseras que lo hacen por las flores. Conocer esto, además de mis años, le llevó 27 a José Ángel, son ustedes, como prensa, los primeros en revelarlo” y con la primicia para Ecoisla.

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