
El 13 de agosto de 1827 está ante el monte secular, en la vereda, frente a su obra mayor: comenzar la tala de árboles, la limpieza del terreno donde a él, solo a él –debido en buena parte a su propia insistencia– se ha encargado fundar una ciudad: Nueva Gerona.
Se nombra don Clemente Delgado y España, es teniente coronel de artillería, juez pedáneo y primer comandante militar de Isla de Pinos. Tiene 30 hombres entre soldados y reclusos; de los cuales, 12 están enfermos y se restablecen en la botica natural de Santa Fe, sus aguas curativas.
Solo 18 útiles, las hachas, los picachones, las azadas… un sol de agosto a plomo; el mármol reverbera y achicharra bajo las plantas. Nubes de mosquitos costeros; roedores taimados, sutiles, chupan la sangre, encostran la piel; jejenes como ceniza esparcida se meten por todas partes, abrasan con su picada efectiva hasta el resudado cuero cabelludo.
El monte, inmenso; los árboles, enormes. Y la agonía de los hombres, al terminar cada jornada, apenas si marca una huella mínima en un verde ponzoñoso, salvaje y compacto donde todo parece fuera de proporción.
Su primera responsabilidad es preservar los hombres a su mando, presidiarios o soldados. En esos mismos montes agrestes, que parecen venírsele encima al mediodía, hay muchos ojos enemigos espiando cada acción suya, de día o de noche. Si lo notan desprevenido, caerán por sorpresa encima de sus hombres y lo harán con la arremetida demente, homicida, de un abordaje sin cuartel.
Se prepara. Dispone acondicionar los sitios para el encontronazo inminente: ubica un vigía en las alturas marmóreas de Columpo, organiza la defensa en la desembocadura del río Las Casas y construye un pequeño fuerte de campaña al norte de la sierra de igual nombre.
A partir de ahora, su pesadilla diaria será el recuento de las fuerzas disponibles porque la tarea principal no ha variado. Descontar los enfermos, los soldados de servicio en los puntos alejados de Columpo, el río y el fuerte; los del tercio a pie de monte… con la vigilancia permanente de los forzados.
El 17 de diciembre, pero de 1830, alcanza su empeño mayor: está en el corazón de su nuevo poblado: Plaza de Isabel II, la denomina. Los terraplenes que la demarcan bautizados con los nombres de los personajes a quienes la costumbre inmortaliza en vida: calle de Isabel II, la Reina; calle de Vives, el Capitán General de la Isla de Cuba; calle de Pinillos, su Intendente de Real Hacienda; o calle de la Iglesia, porque cruza frente a lo que será el dispensario del pasto espiritual.
Eran calles rectas, trazadas a cordel. Con veinte varas de ancho, las de norte a sur; y dieciocho, las de este a oeste. En conjunto, modernas y espaciosas para la época.
Así las trazó un año después el agrimensor don Alejo Helvecio Lanier Langlais, como las concibió el fundador de Nueva Gerona, don Clemente Delgado y España.