Milanés: defensor de la inocencia y la virtud

Este 14 de noviembre en Cuba se recordó la muerte del poeta cubano José Jacinto Milanés, quien en 1863 cuyos funerales evidenciaron cómo estaba profundamente arraigado su prestigio en la conciencia de sus compatriotas.

Los discursos pronunciados ante su tumba por varios intelectuales reflejaron el pensamiento de la sociedad cubana con motivo de la pérdida del cantor de la inocencia y la virtud. En su valiosa producción literaria se encuentran poesías, narraciones costumbristas y obras de teatro.

Milanés, como muchos lo llamaban, poeta, dramaturgo y ensayista, fue uno de los principales cultivadores del drama romántico en lengua española, considerado como el primer ingenio poético cubano. Casi toda su creación se desarrolló entre 1835 y 1843, periodo enmarcado en el romanticismo de la literatura española.

Hijo de Don Alonso Milanés y de Doña Rita Fuentes, nació el día 16 de agosto de 1814, en la ciudad de Matanzas. Fue el primogénito de una familia numerosa.

No obstante, la estrechez económica de los padres, José Jacinto adquirió conocimientos superiores en la escuela que en aquella capital dirigía el educador, Don Ambrosio José González, estudios que no pudo finalizar, conformándose con el aprendizaje del latín, para lo cual le sirvió de maestro Don Francisco B Guerra Betancourt.

La facultad autodidáctica de José Jacinto Milanés era tan acentuada como su afán de aprender y de superarse intelectualmente, estudió varias lenguas.

Se inició de niño en el teatro clásico español a través del Tesoro del teatro español de Quintana, regalo de su padre. Comenzó a escribir desde muy joven ensayos dramáticos.

Empezó a trabajar en Matanzas con su tío político Don Simón de Ximeno, casado con una hermana de su madre, el cual en 1832 le consiguió un empleo en el escritorio de una ferretería en La Habana en la cual le habían dado trabajo “por su bella forma de letra” y se entregaba a los libros con el mismo fervor que ponía cuando se iniciaba en el dominio de lenguas, o cuando interpretaba las escenas de Lope de Vega y Calderón.

Obligado al trabajo, para poder subsistir; imposibilitado de llevar una vida independiente y cómoda, que le permitiera el desarrollo y cultivo de sus aptitudes intelectuales; de natural, solitario, melancólico y taciturno, se encontró con que las musas eran el único solaz de su alma, el solo alivio de sus innatas soledades espirituales, así, él escribía sus versos, que eran escape a sus diarias, hondas, congojas.

En 1833, al estallar la epidemia de cólera en La Habana, regresó a su ciudad natal. Al año siguiente llegó a Matanzas Domingo del Monte, ya consagrado y destacado en las letras patrias, que había de ser con los años, su gran amigo y consejero.

En 1836, al regresar Del Monte a La Habana, lo invitó en más de una ocasión a pasar temporadas en su casa, donde se relacionó con los escritores que frecuentaban su tertulia. Allí pudo ampliar, a través de la biblioteca de Del Monte, su cultura clásica y moderna, y comenzó su período de mayor actividad literaria, que abarca los años 1836-1843.

Del Monte, fue catando la sensibilidad poética de Milanés, que, apartándose de las maneras de otros jóvenes, no seguía a Heredia, (el poeta de moda), sino que se presentaba, aunque defectuoso en la técnica, personal y distinto en su lirismo apasionadamente romántico, saturado de melancolía y de ternura idílica.

Falleció el 14 de noviembre de 1863. A partir de 1843 padecería de un mutismo que le duró hasta su muerte, convirtiéndose en un fantasma viviente en su casona, donde vivió y murió, sede hoy del archivo histórico de matanzas. Una pasión imposible por su prima Isa dicen que llevó a Milanés a la locura. Algo mejorado, escribió ya pocos versos, sin lograr igualar los de sus primeros tiempos.

 

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