Llegó el momento en que puedo hablar de la covid 19 con propiedad, acabo de pasar por ella. Y en mi caso, por suerte, no fue nada del otro mundo. Mucho antes pasé por el tifus –19 días con fiebre de 40 y más–, lo cual me afectó la vista por muchísimo tiempo; luego el dengue, esa “fiebre rompe huesos” que llegó a tumbarme buena porción de pelo en la parte más alta de la cabeza, ahí donde se dan las mejores calvas.
Mi covid comenzó con un malestar general que tuvo dos focos de agudización: los riñones y el sitio de la espalda correspondiente a los mismos, y el cuero cabelludo con ardor diseminado como se produce por una quemadura solar en día de playa, pero sin dolor de cabeza.
Un tercer foco se posesionó detrás de los globos oculares. A los cuales se agregaron malestar estomacal, inapetencia, ligero estado febril y unos intestinos “meteorizados” –según el lenguaje médico del siglo pasado–: diarrea líquida varias veces en 24 horas.
Lo anterior duró poco más de un día, hasta llegar la mejora gradual y antes de la semana todo era historia pasada. ¿Cómo la logré? Con aislamiento total, reposo, infusión de hojas diversas, ingesta frecuente de agua y un trago sencillo de ron cada dos horas, cuando las secreciones virosas que iban al estómago aumentaban la destemplanza. Probado: este coronavirus es abstemio, no se lleva con el alcohol, no solo en el lavado de manos.
Entonces mi organismo, poco a poco, volvió a demandar alimentos; la descomposición digestiva, en consecuencia, disminuyó hasta desaparecer y comenzó la recuperación que, por supuesto, desarrollé a mi forma –y la recomiendo–: ejercicio físico progresivo (trabajo real, guataca en mano), mucho sol, sudar, votar toxinas…
En consecuencia, un protocolo muy particular que no contradice el que a todos se nos ha indicado, lo complementa; eso sí, en aquellos casos en los cuales sea posible. La covid es como el desodorante, de efecto diferente según la persona. Cada uno tiene su forma de reaccionar y en esto quiero detenerme.
Ayuda mucho no hacer de la pandemia un fantasma. Todavía está fresco el recuerdo de las áreas acordonadas, custodiadas, como si de la peste bubónica se tratara, escena ciertamente impactante. Luego estaban los partes del doctor Durán que ni siquiera la presencia agradable de Gisela García Rivero lograban contrarrestar, eran demasiadas las muertes diarias.
Ahora, casi toda nuestra población está vacunada, la mayoría con una tercera dosis de refuerzo. Las defunciones disminuyen y se respiran otros aires; mejorables, incluso, si usted se ayuda a sí mismo y a los suyos, si los preserva y mantiene en sintonía con las vibraciones más positivas, si evita tensiones internas en su familia y compañeros.
En otras palabras, si evita incrementar el estrés, pues deprime su mecanismo inmunológico, puerta que se abre permitiendo la entrada del 60 por ciento de las enfermedades, la covid incluida.