Los “amarillos”, de grato recuerdo

No es esta la primera crisis de combustible que afrontamos, y vencemos. La mayor ocurrió hace unos 30 años, a comienzos de los ’90, al desmoronarse el campo socialista europeo. Entonces nos quedamos, de un momento a otro, sin proveedores. Y el Comandante en Jefe, ripostó creando, a lo largo de todo el país, los Puntos de Control de Embarque.

Foto: Internet

Surgieron los amarillos de transporte (así se les decía, amarillos, por el color inicial de sus uniformes), conformando un sólido puño con los verdes (inspectores estatales) y los azules (patrulleros de la PNR). El grupo operaba mañana y tarde. Y fue pensado de forma tal que todos los choferes estaban obligados a obedecer la señal de Pare, indicada por los amarillos quienes encabezaban el trío.

Al vehículo desobediente, se anotaba el número de chapa y empresa a la cual pertenecía. Estos datos se informaban a su director, quien debía presentarse de inmediato –citado por la policía–, con su chofer, para el análisis de la infracción. Si era reincidente, la medida a tomar podría ser tan fuerte como el retiro de la licencia de conducción.

La solución al problema de transporte aplicada por el Comandante en Jefe tuvo una inmediata acogida por el pueblo, y era muy raro ver a un punto de embarque con más de 20 personas a la espera, en cualquier hora del día.

En la Isla de la Juventud se establecieron sobre una decena de estos puntos, con horario de mañana y tarde. Hoy –como si no fueran necesarios– quedan solo tres: José Martí (Patria), parada del puente inmediata al río Las Casas, y la entrada al poblado de La Fe. Trabajan de forma muy inestable, y la mayoría de las veces solo por las mañanas.

Los inspectores de ómnibus público (antes de uniforme amarillo) están ahora solos, sin los estatales ni el patrullero. En consecuencia, son pocos los choferes que se detienen a su señal y recogen pasajeros.

“Antes éramos 12 inspectores –recuerda Alicia Rodríguez Fernández, la única mujer del terceto actual–, y se hacía un trabajo meritorio, que el pueblo agradecía. Nos llenaba de orgullo porque hacía sentirnos útiles. Hoy, reportamos al que no para… y no pasa nada. Los choferes lo saben, y se detienen muy pocos. Solo quienes lo hacen de buena voluntad, no por exigencia de sus directores”.

Esta camisa de fuerza que limita el movimiento de los pineros, ya se extiende demasiado. Son incontables las horas que cada persona pierde al mes por falta de transporte para ir al trabajo, asistir a la escuela o gestionar cualquier trámite fuera de su localidad. Y esas horas incontables son las que dejan de estar en la producción, prestando un servicio, en su escuela o en la solución de un problema que le resulta imprescindible. Y ese tiempo perdido, que nadie puede devolverles, crea una insatisfacción tremenda. El daño económico y anímico es incalculable.

El transporte territorial, aunque con sus limitaciones, puede garantizar un desplazamiento mayor de la población. Falta solo potenciar e imponer el retorno de los puntos de embarque como fueron –con sus tres integrantes–, atender a sus necesidades, controlar sus horarios y corresponder con medidas organizativas y disciplinarias a su gestión. Se trata de uno de los más grandes pedacitos que debemos arrancar al problema diario del combustible. Otras provincias y municipios lo están aplicando con toda fuerza, y logran excelentes resultados.

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