Lo que aún duele en la tiranía del terror

A pesar de las siete décadas transcurridas, a la mafia anticubana miamense mucho parece dolerle todavía la victoria revolucionaria en que devino la salida de Fidel y demás sobrevivientes del asalto al Moncada, antes de que cumplieran las condenas impuestas por el régimen de Batista, por la creciente campaña cívica librada por las masas y la prensa apenas se abrió paso a la verdad sobre la injusticia contra esos muchachos y la crueldad contra ellos.

 

Aquel hecho fue calificado por el joven líder ese día 15 de mayo, como “la gran victoria del pueblo en los últimos tres años y el único aporte de paz en el horizonte nacional”, sin que ello significara tregua.

Como si no quisieran aceptar esa primera derrota de la larga cadena que condujo al triunfo de la Revolución, uno de los discursos que en mayo de 1955 se opuso a la amnistía a los moncadistas en la manipulada Cámara de Representantes de la seudorrepública, lo pronunció Rafael Lincoln Díaz-Balart y Gutiérrez, de aquel órgano (1954-1958) y quien luego de 1959 funda en EE. UU. la Rosa Blanca, primera organización terrorista anticubana.

Al autor de la postura, padre de dos representantes federales en EE. UU. años después, lo presentó El Nuevo Herald en Miami cual mesías político.

En el breve discurso reproducido en esas páginas reconoce una verdad histórica que da la magnitud del hecho: “La opinión pública del país ha sido movilizada en favor de esta amnistía” y admite la debilidad de los personeros del gobierno “que no han sabido mantenerse firmes frente a las presiones de la prensa, la radio y la televisión”, a pesar de la censura.

Tales palabras en el agitado mayo de 1955 dan la sensación de estar de espaldas a la realidad cuando se atreve “alertar” el peligro de “destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley…”, que ya habían sido pisoteadas por Batista con el golpe de Estado del ’52, y que llevó a las acciones del 26 de julio de 1953 por los jóvenes del Centenario martiano.

Provocan risa su hueca repetición de palabras como paz, democracia, elecciones, solución nacional, confraternidad y otras que cacarean los amos en sus afanes de dominio mundial, y más cuando se conoce que el ilegal régimen instaurado y del que formara parte Díaz-Balart, adoptara entre sus medidas sustituir la Constitución de 1940 y el Congreso, suprimir las elecciones convocadas para junio de ese año, suspender la libertad de reunión y expresión, establecer la pena de muerte, liquidar la autonomía universitaria, abrirles puertas a compañías estadounidenses y la mafia yanqui y acentuar la dependencia económica. Todas dan la medida del cinismo, el lenguaje gastado y la tiranía del miedo permanente entonces como ahora.

De cómo la intransigencia de Fidel los puso frenéticos dio muestras el referido personaje al arremeter contra la vertical posición del joven negándose a compromiso con la tiranía que impliquen la renuncia a la lucha por los Muchachos del Moncada, a quienes el régimen tuvo que incluir en la amnistía.

“…todo se salva si se salvan los principios…”, sentenció Fidel y ese lenguaje firme estremecía de miedo a quienes veían contados sus días en el poder.

Pero se acentúa el engaño cuando el politiquero habla de la “cómoda cárcel” de los moncadistas, ocultando las represalias y presiones sicológicas a que fueron sometidos, el aislamiento impuesto al líder, contra quien también se tejieron hasta intentos de eliminarlo físicamente y la privación de luz eléctrica durante semanas, así como las torturas a Agustín Díaz Cartaya, autor del Himno del 26 de Julio, y a Ramiro Valdés, el más joven, por el simple hecho de cantarle esa marcha al tirano en su visita en febrero de 1954, entre otras.

Mas, para quien luego integrara la mafia terrorista miamense, todo era poco en comparación con las entrañas reflejadas en la exclamación “¡Ahora sí Fidel va a vomitar sangre!”, cuando supo de la condena en Presidio.

En esa fauna que alimenta el imperio fascista se ve de todo. En una publicación editada en Miami titulada Municipio Isla de Pinos en el exilio, los anexionistas se atrevieron a rescribir la historia y reivindicar, cual mártires, a asesinos vinculados a atrocidades de Presidio y disfrazar a criminales.

Para que se tenga una idea de estos personajes baste decir que quien encabeza la lista de estos supuestos “héroes”: el comandante Juan Manuel Capote, fue jefe del penal del ’52 al ’56, responsable de diversos asesinatos y torturas cometidos durante su mandato, según testimoniaron reclusos y guardianes en el juicio tras el triunfo popular por la justicia revolucionaria.

Nombró mayor (jefe) del pabellón de los enfermos mentales, que tantos humanos deshizo, a un cretino conocido por Cebolla, condenado a más de cien años por asesinatos fuera y dentro del país.

Buen imitador fue Capote del sanguinario Castells, denunciado por Pablo de la Torriente Brau en los años ’30, por entronizar violencia y maltrato que infringía el reglamento de prisioneros, explotaba salvajemente a los condenados comunes y cegaría la vida de cientos de encarcelados.

No fueron pocos los peligros para Fidel y sus compañeros, desde este antro del terror del que sentenció Pablo: “¡No puede haber perdón para el hombre capaz de crear en el espíritu tal llaga y en la imaginación tal frenesí…!”.

Tampoco para quienes los cobijan y ensalzan desde el escondite norteño que acogió en las filas del mercenarismo terrorista a asesinos y ladrones que escaparon de Cuba libre, pero no de esa tiranía del terror.

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Diego Rodríguez Molina
Diego Rodríguez Molina

Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana.

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