“Los animales estos le han pegado tanto para que hablaran, que la mayor está sin conocimiento y la más joven tiene la boca hinchada y rota por los golpes, solo se le entienden malas palabras”, así responde el esbirro del régimen de Fulgencio Batista cuando le preguntan si las mujeres habían dicho algo.

Hace alusión a Lidia Esther Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, integrantes del Movimiento 26 de Julio protagonistas de numerosas hazañas en la guerra, antes de coincidir en una delicada misión en La Habana, donde fuerzas represivas las sorprenden en el apartamento de un combatiente de la clandestinidad.
La mayor es Lidia con 42 años: costurera, conocida por La nena, oriunda de Velasco, en Gibara, Holguín. Su sentido patriótico la llevan a incorporarse al Ejército Rebelde –al igual que su único hijo Efraín–, y lo consigue al encontrarse con el comandante Ernesto Guevara de la Serna (Che) cuando baja con su tropa en busca de víveres al pueblito San Pablo de Yao, cerca de Bayamo.
A sus órdenes y en su condición de mensajera cumple riesgosas misiones entre el llano y las montañas como trasladar medicinas, insumos, ejemplares del periódico El Cubano Libre y otros recursos, logrando darles un feliz término a sus encomiendas.
Su compañera Clodomira podía ser su hija, nace en Cayal, Manzanillo; mestiza, de 22 años, campesina sin escolaridad, pero con una inteligencia, valor y perspicacia naturales resulta una intrépida mensajera del Jefe de la Revolución, Fidel Castro Ruz, al mando de la Columna Uno, José Martí, con cuartel general en La Plata, Sierra Maestra. Los guajiros jocosamente la califican de auténtica “biyaya”, por ser muy rápida, lista y moverse con destreza en los intrincados vericuetos de la serranía y ciudades del llano, llevando mensajes decisivos.
Transcurren los últimos meses de existencia de la dictadura de Fulgencio Batista y los hechos en torno al arresto de ambas suceden de la manera siguiente: el cinco de septiembre en el municipio capitalino Regla durante la celebración patronal, los revolucionarios raptan la imagen de la santa patrona Virgen de Regla, a la vez que ajustician al principal informante de Esteban Ventura Novo, lo cual desata una cruel cacería y hay una delación.
Lidia y Clodomira se ocultaban en un apartamento de la calle Rita, reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón, cuando en la madrugada del 12 de septiembre de 1958 irrumpen efectivos de la policía dirigidos por los coroneles Esteban Ventura Novo y Conrado Carratalá Ugalde quienes acribillan a balazos a cuatro combatientes clandestinos reglanos también allí alojados: Reinaldo Cruz Romeu (20 años), Alberto Álvarez Díaz (21), Onelio Dampiell Rodríguez (22) y Leonardo Valdés Suárez (23); a uno de los cadáveres tendidos en el ensangrentado piso le contaron más de 30 impactos de bala.
Las mujeres se abalanzan sobre los verdugos que las golpean, arrastran por las escaleras, sacan a empujones del edificio, las montan en la perseguidora y las llevan a la 11na. estación de la policía y luego a la novena.
Los últimos momentos de Lidia y Clodomira se saben en detalles después del triunfo de 1959, por testimonio de uno de sus torturadores ofrecido en el juicio, antes de ser ejecutado.
En la 9na. estación las bajan al sótano, Ariel Lima las empuja y Lidia cae de bruces, casi no podía levantarse, y entonces él le da con un palo por la cabeza saltándoseles los ojos al darse contra el contén. Ellas, soportan el martirio y los vejámenes de los connotados criminales, sin que consigan sus propósitos.
El 15, ya moribundas, las vuelven a torturar; esta vez, con un proceder macabro: las suben a una lancha –en La Puntilla, al fondo del puesto naval del Castillo de la Chorrera– y las meten a cada una en un saco con piedras, las hunden varias veces en el agua.
Al no poderles sacar ni una sola palabra –pues las heroínas prefieren morir que revelar sus secretos sobre las luchas clandestinas y rebeldes que comprometan la vida de sus compañeros– los sicarios las arrojan al mar, en la madrugada del 17 de septiembre de 1958.
El Che conmovido, expresa: “Sus cuerpos han
desaparecido, están durmiendo su último sueño, Lidia y Clodomira, juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad (…) Dentro del Ejército Rebelde vivirá eternamente la memoria de las mujeres que hacían posible con su riesgo cotidiano las comunicaciones por toda la isla”.
A 66 años de sus doloridas pérdidas, las mujeres cubanas se inspiran en sus ejemplos, pues murieron fieles a la causa, sin claudicar, sin delación, sin rendirse, y siguen siendo faro para nuestro pueblo.
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