La guerra del imperio y la resistencia de los pueblos

Defender la paz y la soberanía de Venezuela trasciende a una sola nación. Foto: Archivo/ Cubadebate

Las crecientes amenazas contra Venezuela no son una política aislada, sino un movimiento calculado dentro de una campaña estratégica para dominar lo que el poder estadounidense ha llamado durante mucho tiempo su “patio trasero”. Esta es la Doctrina Monroe renacida en el siglo XXI—impuesta no solo por decreto, sino mediante sanciones criminales que estrangulan economías, bloqueos que apuntan contra la medicina y los alimentos, propaganda mediática y la movilización de la mayor flota naval en décadas.

¿Por qué esta furia? ¿Por qué ahora? Porque Venezuela, junto a Cuba y Nicaragua, se atrevió a construir proyectos de dignidad e independencia, rompiendo con una historia de servidumbre. Para un imperio, la soberanía de los pueblos es un crimen imperdonable.

Pero la urgencia apunta a un motivo más profundo y global: el pánico ante un mundo en transformación. Mientras el ascenso pacífico de China desafía la decadente hegemonía económica estadounidense, Washington, usando su superioridad militar, busca transformar a América Latina en un bastión fortificado—un muro de contención y una plataforma para su nueva guerra fría. Pretenden reclutar a nuestra región en su conflicto, convertir nuestra soberanía en moneda de cambio en su lucha por la dominación.

Esta guerra imperial tiene un frente interno. El ascenso de Trump y de la derecha fascista dentro de Estados Unidos es la convulsión violenta de una oligarquía aterrorizada por décadas de progreso social—por los derechos conquistados con esfuerzo por la clase trabajadora, las comunidades negras, las mujeres y los inmigrantes. Trump encarna un intento desesperado de revertir la historia: de restaurar las cadenas aflojadas del racismo sistémico, de desatar una explotación sin límites y de silenciar la disidencia. Es el capital librando una guerra contra su propio pueblo. Es el fascismo incubándose a plena vista.

Por lo tanto, defender a Venezuela de la máquina de guerra de Trump es defender un principio fundamental: el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Es rechazar un mundo perpetuamente subyugado al imperialismo estadounidense. Es confrontar el fascismo no como una amenaza lejana, sino como una tormenta que se acumula y se manifiesta tanto en el extranjero como en casa.

Defender la paz y la soberanía de Venezuela trasciende a una sola nación. Representa la primera línea de una guerra declarada por un imperio reaccionario contra la mera posibilidad de un mundo justo y un futuro socialista.

Es la trinchera que se alza entre la humanidad y la barbarie, entre la dignidad y la humillación, entre la independencia y una esclavitud modernizada. Nuestras acciones aquí decidirán el futuro de la humanidad.

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