
La Daguilla es una modesta elevación en el centro-este de Isla de Juventud que alcanza apenas 33 metros de altitud, suficientes para inspirar historias, leyendas y curiosidades.
Se levanta cerca de la Sierra de Cañadas y la Sierra de la Caba, pero no forma parte oficialmente de ninguno de esos sistemas montañosos, sino que se erige solitaria, rodeada por una vasta llanura que acentúa su singularidad.
En crónicas de épocas pasadas se documenta esta elevación desde cuya cúspide se avistaban tres prominencias más, que los piratas, inspirados por el arte de la navegación, bautizaron como Trinquete, Palo Mayor y Mesana.
Aquellos nombres, extraídos de la nomenclatura marinera, conferían a la montaña el aspecto de una embarcación petrificada, como si la tierra replicara las formas del mar en una metáfora del horizonte conquistado.
No obstante, la cima más elevada fue nombrada posteriormente Loma del Catalejo. Durante sus incursiones tierra adentro para aprovisionar sus barcos, los bandidos del mar apostaban un vigía en ese punto estratégico, desde donde se podía advertir con antelación la aproximación de naves enemigas.
En la actualidad, los dos picos más pequeños son poco más que vestigios erosionados.
Además, se cuenta que antes de que la tala indiscriminada desnudara sus laderas, crecían abundantes árboles de maderas preciosas y sobre la cumbre de La Daguilla siempre flotaban nubes, incluso cuando el cielo a su alrededor estaba despejado. Era como si esa elevación solitaria tuviera el poder de atraerlas.
La historia de La Daguilla se inscribió de manera definitiva en 1826, cuando Don Clemente Delgado y España, primer comandante militar de Isla de Pinos, junto con el médico y agrimensor francés José de Labadía, decidieron ascender hasta su cumbre.
De Labadía había recibido el encargo de Dionisio Vives –Capitán General de la Isla de Cuba– de realizar un estudio topográfico que complementara el que previamente elaboró Juan de Tirry y Lacy, Marqués de la Cañada.
El galeno francés no solo describió con detalle la verticalidad extrema de La Daguilla y las especies botánicas que encontró en su camino, sino que también tuvo la iniciativa de grabar en el tronco de un árbol de jobo el nombre del entonces soberano español, Fernando VII.
En una guácima cercana, grabó también el nombre de su consorte, la reina Amalia. Este acto simbólico precedió a la fundación de una colonia en 1830 que llevaría su nombre y de su villa, génesis de la actual ciudad de Nueva Gerona.
(Con Información de ACN)