Hermandad y heroísmo, entre nuestras fortalezas

A Oliver Fidel Ávila Queralta,
bombero pinero enfrentado a un mar de fuegos en Matanzas

Foto: Internet

Nunca escribas bajo el imperio de la emoción, aconsejaba Horacio Quiroga, y a ese principio me atuve mientras duró el más grande siniestro ocurrido en Cuba. Fue en la zona industrial de Matanzas, a un costado de su bahía, donde radica la base de supertanqueros, corazón energético del país. Inició el viernes cinco de agosto, con la caída de un rayo.

El impacto reventó y prendió fuego al primer tanque, ubicado en lo alto de la pendiente, otros tres componían esta batería y hacia ellos comenzaron a descender las enormes lenguas de fuego.

Eran depósitos con 12 metros de alto por 74 de diámetro, cargados con hidrocarburo cubano, rico en azufre, potente como explosivo.

Países capitalistas, sin bloqueo y con recursos tecnológicos cuatro o cinco veces mayores que Cuba, enfrentados a un hecho similar han perdido 20 tanques de combustible o una refinería completa antes de controlar el fuego.

Nosotros acudimos a la solidaridad internacional. Pocas horas después arribaba el primer avión, un carguero militar de gran porte, procedente de México. Traía a un equipo de especialistas fogueados en el enfrentamiento a incendios petroleros, equipamiento y productos químicos.

Venezuela llegó con su avanzada, la tropa de PDVSA, insumos químicos, herramientas y una bomba superpotente capaz de revertir la contienda.

Otros países y amigos enviaron su apoyo solidario, material y espiritual: entre ellos el Papa Francisco (en par de ocasiones), seguido por congregaciones religiosas de las más diferentes creencias o denominaciones.

El gobierno de Estados Unidos, puesto en esa coyuntura, ofreció sus condolencias y asesoramiento técnico. Ambos gestos fueron agradecidos y aceptados por el Gobierno cubano.

Dos cartas abiertas, la primera de un grupo de sus propios congresistas, recibió de inmediato el presidente Biden instándolo a levantar el bloqueo, gesto humanitario que lo enaltecería ante la magnitud del desastre. No obtuvieron respuesta.

Entre tanto, en Matanzas se evacuaba a más de 5 000 personas, ocurría la explosión del segundo tanque y más de una decena de compatriotas, muy jóvenes en su mayoría, eran segados por el fuego. Y el pueblo cubano, “ese que no tiene de nada”, hacía continuas donaciones a los damnificados.

Comandos de bomberos de nueve provincias, integrados a brigadas mexicano-venezolanas (siempre juntos y en combate a vida o muerte) lograron que el viernes 12 de agosto, a las siete y nueve minutos de la mañana, el fuego quedara extinguido.

“Detrás de este control –expresó el presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien en cada instante estuvo atento al área en contienda y los evacuados– hay mucho esfuerzo, mucha epopeya, mucha historia…”.

Nada agregamos a lo anterior, salvo condensar esa historia y hacerla perdurar en letra escrita para que quienes vengan detrás conozcan cuanto ocurrió y sepan cómo la hermandad y el heroísmo demostrados continúan estando entre nuestras mayores fortalezas

Otros artículos del autor:

Isla de la Juventud Opinión
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *