Hallazgo primitivo en la Polja del Hondón

Conglomerado marmóreo en cuyo segundo nivel, al centro, se ubica la escultura. FOTOS: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Una escultura en mármol, no reportada hasta ahora, diferente a las pictografías de Punta del Este y el sur pinero. Sitio arqueológico llamado a cambiar conceptos sobre nuestros antepasados. Incalculable valor en el tema del arte rupestre.

La Polja del Hondón parece la consecuencia de un volcán apagado, tiene un fondo casi plano y la circundan –como los bordes de un tazón– montañas de 80 o más metros de altura. Cuando se anda por su parte llana, ahora cubierta de arbustos, enredaderas y un palmar joven todavía sin los primeros racimos, no se escucha ningún ruido “civilizado”, excepto que un avión cruce sobre su cielo. No hay semillas ni otros frutos que atraigan a los pájaros y sus trinos. Es un refugio del silencio, y como el viento transita muy alto, ni se escucha pasar entre las ramas.

No creo que haya un lugar más antiestrés en toda la Isla. Y no es ese su único valor interpretativo. Cuando llueve en La Fe no sucede nada en el Balneario Santa Rita, pero si las aguas caen a unos 18 kilómetros, en la polja…, el incremento de su caudal es inmediato, queda surtida su cuenca, la farmacia termal y radioactiva que diera origen a la formación del poblado.

La Polja del Hondón –única con esa condición geomorfológica en el territorio– es parte de Sierra de Casas, un poco detrás del museo El Abra. Allí me llevó Daniel González Ubieta, y por un motivo muy contundente: reportaba un nuevo petroglifo, presumiblemente de factura aborigen. Decidimos visitarla y pernoctar allí en Luna Llena, la de los areitos, el viernes siete de este abril, mes cargado de otros aconteceres.

A CONTRAPELO CON LO CONOCIDO

Daniel González junto al exponente de su reporte. FOTOS: Wiltse Javier Peña Hijuelos

“Fui durante unos diez años –resalta Daniel, quien estuvo a cargo de cuidar y explicar las cuevas de Punta del Este–. Allí, como en todas las espeluncas del sur y algunas del norte pinero, solo hay pictografías aborígenes; dibujos sin relieve, sobre techos y paredes. Rojinegros o de un solo color, el negro. Ninguno tallado en las concreciones rocosas”.

Esto es clásico en los indios araguacos: pinturas estilizadas, abstractas o figurativas. Así como el tallado mínimo de la piedra, delimitando contornos y detalles interiores con una profundidad que no sobrepasa los dos o tres centímetros.

Nuestros indígenas, siboneyes aspecto Guayabo Blanco –el grupo más atrasado y antiguo de aquella cultura–, provienen de tales ancestros y sapiencia gráfica. Circunscriptos, hasta ahora, a una factura común en todo el arco de las Antillas. Pero lo visto por Daniel en la Polja del Hondón rompe con esa manera de hacer.

“Participaba en una acampada a la polja, con los pioneros, y fue uno de sus guías quien me avisó…, ‘es como un ídolo’, dijo; y sería bueno que nos dijeras tu impresión, sobre todo a los niños”.

Lo visto por mí recientemente, acompañando a Daniel, puede ser o no un ídolo; para serlo debe estar considerado como tal por sus creadores y reproducir la imagen de una deidad a la cual se rinde culto.

PETROGLIFO EN DETALLES

Medición de los rasgos, detalle importante para determinar la proporcionalidad de la figura. FOTOS: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Separado de otros conglomerados rocosos hay uno muy especial en la falda interior de esta polja. Lo conforman tres niveles de grandes bloques de mármol, como gavetas, al centro de los cuales, y en equilibrio visual, hay una piedra sugerente, cabeciforme. Faltaba solo dotarla de rasgos, y esto se propuso uno de nuestros antepasados.

No se trataba de un neófito, cuando acometió la obra ya conocía y dominaba el arte de la escultura, aunque sus cinceles fueran rústicos, solo piedras puntiagudas. Bosquejó su idea con las medidas precisas para obtener la mejor proporción: el rostro, con 40 centímetros de alto y 22 de ancho; una nariz de seis y nueve para cada ojo, estos según lo apreciable en su mundo, rasgados, aunque no de la manera común: “en forma de granos de café”.

Luego vinieron muchos días de incansable golpeteo, raspado y pulido… hasta lograr un rostro preciso y el primer ojo, el de la izquierda, terminado. Un ojo de mirada dura, de ídolo, como para ser temido; así impresiona.

¿Qué ocurrió entonces? ¿Murió el artista? ¿Lo capturaron? Quizá nunca lo sabremos, y esto le agrega otro enigma a este mensaje pétreo, nunca terminado.

ANTECEDENTES Y TRASCENDENCIA

Rostro duro y de mirada inconmovible, como para ser temido, distingue a la escultura. FOTOS: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Supuestamente los aborígenes locales pertenecían a la “cultura del caracol”, tan primitivos que no eran capaces de tallar y pulir la piedra. Sin embargo, diferentes hallazgos ponen en duda tal aseveración: dagas líticas, esferolitos o bolas de piedra, tres hachas petaloides –incluyendo una de mármol, única de ese material en Cuba–, un majadero de basalto rojo pulimentado –piedra inexistente en el territorio, evidentemente importada– y otros instrumentos líticos trabajados.

El hallazgo de la Polja… que ahora se reporta agrega nuevos enigmas. Su parte terminada tiene un cincelado perfecto, diferente al resto de los ídolos indocubanos conocidos. Habla de una oleada humana distinta a la que plasmó sus pictografías en Punta del Este y otras cavernas, solapas o abrigos rocosos de la costa sur.

Se conserva perfectamente, en lugar no muy afectado por el intemperismo ni el ataque de hongos o líquenes, aunque se nota el transcurso, por la erosión, de un tiempo muy largo desde que fuera ejecutada.

Frente a esta escultura y sus alrededores, bajo tierra, debe estar un prometedor sitio arqueológico, quizá llamado a variar conceptos que como etiquetas equivocadas hemos arrastrado demasiado tiempo. Será una incógnita a develar por especialistas, a nosotros corresponde darla a conocer.

Tiene, en palabras de González Ubieta: “…incalculable valor en el tema del arte rupestre”.

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