
Mientras esperábamos el plato fuerte, me comí –como al descuido–
1 200 pesos de croquetas. No hay error, mil doscientos pesos. Y no fue en más de una hora. Solo que allí, en uno de los nuevos bares restaurantes de Nueva Gerona, las ponen sobre la mesa para ir haciendo boca, en lugar de las modestas tostadas con mantequilla, de antes. Y sin ninguna rimbombancia ni glamour en su nombre (Croquetas de la Casa) tienen un valor de 400 pesos cada una.
Lo supe después, al consultar aquel menú de infarto.
Serán de pechugas del ave fénix, pensé entonces, porque son redondas, apenas del tamaño de un chupachupa, y tienen como aporte gastronómico solo una salsa espesa donde usted puede, a su gusto, ungirlas.
Si así fueron las croquetas, ya podrá usted deducir el precio del plato fuerte: pollo o cerdo asados, filete de cherna, chilindrón de carnero… Todo regado con cuanta cerveza, jugo, refresco o ron hicieran falta para acompañar su mejor digestión.
Y no cuento más, que no es mi intención hacer una descripción pantagruélica.
Con todo eso y más, incluyendo un presente con medicamentos y comestibles nos agasajó el general Nafhal Shumbwa, de las fuerzas armadas namibianas, quien fuera nuestro alumno, muchos años atrás, en la escuela No.15, Hendrik Witboi.
Y al verlo ahora, tan distinto, tan hombre fuerte de su hermano país, me acometen los recuerdos de aquel 12 de noviembre de 1978 cuando llegó el primer grupo. Eran unos 20, no más; descendieron del transporte, se alinearon al instante, como autómatas, uno detrás de otro, todos con mínimos jolongos de campamento, una linterna, un farol, un candil, una lata de cualquier tamaño, vacía, usada para cocinar… y la mirada sin despegarse del suelo porque como entre los cuadrúmanos “Mirar a un blanco de frente, es ofenderlo”.
Después supimos que muchos eran huérfanos desde antes o tras la masacre de Cassinga donde quedaron sin familia, sin nada humano que los uniera a su tierra. Y corrimos a abrazarlos… porque nada hay más humano que un abrazo, un gesto de estima, de ternura.
“Por eso hoy digo que fueron y son la familia que nos faltaba. Ningún homenaje será bastante para agradecerles cuanto hicieron por nosotros. Nos enseñaron a recuperar la autoestima que debe tener cada ser humano para darle un sentido a su vida. Nos enseñaron a tener principios y valores que dondequiera que estemos los aprendimos de ustedes… nuestras madres y padres cubanos”.
Así dijo nuestro alumno, el general Shumbwa.
Un aplauso cerrado correspondió a sus palabras y las lágrimas, tocadas en lo más hondo, se anudaron en nuestras gargantas al revivir tantos días y noches que pasáramos junto a ellos, en salud o enfermedad, en hospitales… sin medir las horas, como corresponde a una madre o un padre si es verdadero.
