Al Sísifo mitológico, los dioses del Olimpo le impusieron la pena de enfrentar un mismo problema que, una y otra vez, intentara resolver en vano. Aquella encomienda imposible, tal parece un calco anticipado del problema que nos presentan, en la actualidad, los cajeros automáticos y su sempiterna falta de efectivo.

Un problema que sin embargo, tiene ya varios intentos de solución pero que todavía no se aplica la que resuelva el problema por completo, y lo haga de forma definitiva.
Intentaremos aportar una, no ensayada todavía.
¿Qué pasaría si se decreta que a partir de una fecha determinada, todos los billetes con denominaciones superiores a 100 pesos quedaran fuera de circulación? Sencillamente, todo el que los acapara metidos en sacos, en los cuartos de su residencia, tendría de llevarlos al Banco antes de que se le convirtieran en papel de colores, sin valor alguno.
Ese caudal, y no es poco, quedaría convertido de manera automática en dinero digital, sin necesidad de un canje de moneda. Y el Estado podría aplicar lo previsto por ley, como lo haría cualquier otro país: cobrar los aportes atrasados que se debieron aportar a la Onat e imponer el escarmiento consecuente por evasión del fisco.
De un momento a otro, el Estado cubano recibiría un ingreso millonario, se potenciaría la economía y entidades o empresas como Servicios Comunales o Cultura podrían recibir un presupuesto mayor para el cumplimiento de sus objetos sociales.
Luego, aquellos mismos billetes de altas denominaciones que fueran recogidos –pero no incinerados– podrían volver otra vez a la circulación.
Hay un precedente, inclusive en nuestro propio país: en tiempos de la colonia, el Banco de España habilitó billetes superponiéndoles un cuño, en diagonal y tinta roja. Los he visto, cualquier numismático los acaudala, para su colección tienen un doble valor, son exponentes raros y, por lo mismo, resultan de marcado interés.
Nosotros, los que bregamos en estos tiempos difíciles, disponemos de una tecnología superior. La ciencia ha creado tintas indelebles, tan poco falsificables como el papel especial en que se imprimen los billetes actuales, con marcas de agua, aventanillado, efectos tridimensionales y destellos fluorescentes.
El habilitamiento, con diferentes colores de tinta según la denominación, sería poco costoso, muchísimo menos que imprimir nuevos billetes. Y el Sísifo colectivo al que pertenezco, dejaría de levantarse de madrugada, perder horas y jornadas enteras de trabajo para retirar efectivo, cobrar pensión o recibir el importe de su salario.
Gestiones muchas veces fallidas, a pesar de madrugar, porque se terminó el dinero en el cajero, aunque estemos todavía a media mañana.
Con la solución que acabo de esbozar, estaríamos sentando un sano precedente: el Estado –como refiere un refrán– “es menor de edad, y siempre tiene razón”. Pretender entorpecer sus funciones, estancar la circulación de efectivo, meterlo en sacos, maniatar su operatividad como institución de gobierno y frenar el proceso de bancarización, quedaría, para algunos, como un paso en falso, una experiencia nefasta. Los demás, que somos inmensa mayoría y no tenemos nada escondido en sacos, lo agradeceríamos.