Ninguna hambruna, como se ha sugerido, obligó a los waraos a emprender sus migraciones sucesivas hacia Las Antillas y abandonar sus lares orinoquenses donde, según los descubrimientos arqueológicos más recientes, se habían desenvuelto por más de 15 000 años. Ninguna hambruna se extiende por siglos.

Además, las aguas de este “mar dulce” contienen 36 especies distintas de peces, y el consumo de estos que hace la actual población warao (unos 40 000 habitantes) no sobrepasa el uno por ciento de tan considerable reserva. Se trata de aborígenes que en su inmensa mayoría rechazan “las comidas de cristianos” y prefieren como alimento el pescado, sin salar. “Si le pones sal –es su criterio– todos saben igual, a pescado salado”. Así pues, mañana y tarde, pescado solo, sin viandas ni vegetales. No acostumbran a otra cosa. Tienen, como sus antepasados, un marcado rechazo al consumo de carnes rojas, signado por diferentes tabúes alimentarios.
Entre sus hábitos nutricionales juega un papel fundamental el moriche, en su consideración: Árbol de la Vida. Esta palmera, muy textil, les permite confeccionar sus hamacas o chinchorros, y una variada gama de sogas, cordeles y cestería, además de abastecerlos con sus frutos y la yuruma o harina para la elaboración del pan, que extraen de su tronco.

El agua, como no es potable en el Orinoco ni tiene sabor agradable, la fermentaban siempre para lograr una especie de vinaza, con fuerte grado alcohólico, su acompañante de todas las comidas.
Completaban y completan su dieta con la recolección de caracoles, gusanos de la palma moriche, moluscos de manglar y la colecta ocasional de los escasos frutales silvestres que logran sobrevivir en áreas sobresaturadas de humedad por la subida de las mareas que, dos veces al día, avanzan cientos de kilómetros tierra adentro.
La caza es peligrosa y se practica solo en raras ocasiones. Siempre en grupos, lo que no es habitual entre waraos, quienes acostumbran proveer individualmente para sus familias y solo en la cantidad necesaria para el consumo diario, sin guardar para las siguientes jornadas. Tal previsión nunca les fue necesaria, el río siempre tuvo peces en cantidades inagotables y son pescadores expertos.
En consecuencia, no fue la falta de alimentos lo que les empujó u obligó a las migraciones, sino otros factores, entre los cuales deben tomarse en consideración las epidemias de cólera u otros flagelos que, en diferentes momentos de su prehistoria y hasta en épocas recientes, arrasaron aldeas completas. Más que todo, en nuestra consideración, fue fundamental el acoso constante y en incremento de los antropófagos Caribes que habían hecho de los waraos su plato preferido.
Hoy, a la relampagueante piraña, pez sanguinario, siempre insaciable y voraz que habita su inmenso río, los waraos denominan caribe.
A esto debe agregarse el conocimiento desprejuiciado de la navegación marítima. Los waraos, desde tiempos remotos, viajaban hasta las actuales islas de Trinidad y Tobago, primeras en el arco antillano, donde trocaban sus productos, sobre todo por tabaco, al cual eran y siempre fueron aficionados, pero que no crece en los anegadizos terrenos del Orinoco.
LA CURIARA O CANOA WARAO, OBRA DE ARTE
Un árbol seco, no de cualquier madera, cuyo tronco recto supera a veces los 40 metros de largo y caído hace varios años, tiene las condiciones que la tradición aconseja para convertirlo en una gran canoa o curiara. Las dimensiones pueden variar, pero siempre tendrá la misma forma, dos proas y ninguna popa.

Para trozar y dar la forma conveniente disponían, desde su prehistoria, solo del fuego y las afiladas lascas de caracoles marinos como el Strombus gigas o cobo, que pueden servir también, convertidas en gubias, para raspar semejante gigante y devastarlo, capa tras capa, hasta ser el estilizado casco de una curiara.
Después, el proceso implica la quema superficial o cura de la madera. A tal efecto, disponen pencas de guano y luego de atravesarle varios troncos para evitar que se estreche, voltean la curiara boca abajo y le prenden fuego al guano. Con abanicos vegetales lo avivan para mantenerle ardiendo parejo y que todas las partes de la nave reciban por igual su efecto inmunizador.
Terminada la curación de la madera corresponde impermeabilizarla. Para lograrlo, queman y trituran grandes caracoles terrestres hasta reducirlos a un polvo fino que mezclan con cera silvestre. Luego aplican esta pasta negra por la superficie interna y externa, así como en las grietas naturales que presente el tronco. Según el daño encontrado, lo rellenan con pequeños trozos de madera en forma de mariposa, los cuales se ajustan en la parte rajada. Así, al terminar la curiara no presenta un solo clavo ni pieza de metal. Y es toda de color negro.

Por semejantes obras de arte a los waraos se considera como pueblo o gente de la canoa o curiara. De ellos se dice que antes de aprender a caminar ya saben nadar y remar.
A sus constructores se les denomina moyutu, sabios. El paso de novicio a moyutu, está establecido de forma mágico-religiosa e incluye no solo el aprendizaje sino la comunicación del artesano constructor con la semidiosa Dawarani, Deidad Patrona del Bosque. Confiriendo así al iniciado artesano no solo estatus social sino también religioso. Incluso sus herramientas están bajo tabú: solo pueden ser tocadas por un moyutu y las mujeres que ya pasaron la menopausia, autorizadas por su dueño.

(*) Miembro de la Unhic