
Más de 3 000 años atrás, la cueva de Punta del Este fue conocida y ornamentada por un grupo aborigen del cual se tienen muy pocos referentes, o al menos detalles concordantes con el nivel artístico de su creación.
Ya en nuestro tiempo, Antonio Núñez Jiménez la describió así: “…la más grande y más importante de las espeluncas arqueológicas de la zona, por contener en sus techos y paredes numerosas pictografías formadas principalmente por series de enigmáticos círculos concéntricos de colores rojo y negro, separados a veces por el blanco natural de la caliza”.
Un poco más adelante, y estoy usando como referencia su libro Bojeo de Cuba, reflexionaba: “A través del agujereado techo de la cueva, formado por muy circulares chimeneas naturales, es igualmente dable ver cómo los astros en la noche dejan pasar la luz. Tales hechos debieron llamar la atención a los prehistóricos ocupantes de esta espelunca que la convirtieron, tal vez por esta razón, en un templo, donde veneraban la Luna y el Sol”.
El doctor Fernando Ortiz también lo consideró así: un templo, cuando notificó la existencia de esta cueva para la ciencia, acontecimiento histórico del cual, en este 2022, acabamos de celebrar el centenario. Entonces fuimos honrados con la visita de un grupo de los más acreditados arqueólogos cubanos. Aportaron sapiencia y nuevos elementos a la celebración, presentaron su levantamiento en 3D y la revelación de nuevas pictografías, nos dejaron –incluso– un libro valioso donde se sostiene, como Ortiz o Núñez Jiménez, que la cueva de Punta del Este fue un templo precolombino.
Y es en esto, donde quisiera compartir un aporte mínimo con quienes me siguen en esta edición.
Fernando Ortiz, al hacer su reporte, no tenía referencia de otras cuevas en el sur pinero con iguales exponentes del arte rupestre. Y ciertamenteno se conocen otras con igual magnitud.
Citemos entonces, siguiendo a Núñez Jiménez, dos de las conocidas ahora: la cueva Finlay, en Caleta Grande, cerca del poblado Cocodrilo, donde “se ven pictografías aborígenes circulares, en todo parecidas a las de Punta del Este”. Y la cueva de Los Alemanes, en Puerto Francés, “… donde pudimos estudiar una pictografía formada por cuatro círculos concéntricos negros”.
Esta última, apuntamos nosotros, con un doble interés científico: para observarlos hay que entrar a nado; desde que fuera ornamentada, nuestra Isla se ha venido hundiendo por el oeste y levantando en su porción contraria, de modo que, en la actualidad, la cueva de Los Alemanes está casi enteramente debajo del agua.
El sur pinero es, por lo anterior, en mi criterio y luego de habitarlo y recorrerlo por más de cuatro años, mucho más que Punta del Este: una extensa área litoral llena de exponentes rupestres diseminados por una decena de cuevas y abrigos rocosos, algunos de los cuales ni se han hecho públicos todavía. Y si cada una, por sus dibujos, fuera considerada como un templo… el célebre Vaticano sería un simple villorrio comparado con lo nuestro.