El pan, ese jíbaro

“Pan, panadero… ¡quiero pan!”, canta uno de nuestros más socorridos sucu suco. ¿Pero de dónde sacarlo, si no tenemos harina para todos? Un nudo gordiano bien difícil de desamarrar que ha motivado diferentes intentos de solución.

Todos sobre un principio único: garantizar, sin falta, el de la canasta familiar normada, ese que corresponde diariamente –privilegio cubano– a cada persona en este país, donde “hay un perro que no significa amenaza militar ninguna” pero al que han puesto 243 bozales.

Adicionemos a lo anterior que estamos acostumbrados (porque la importamos en su totalidad) al consumo de una exquisitez, el pan blanco, a partir de la harina de trigo –cereal que también se cultivó aquí al principio de la conquista española, es bueno saberlo–, y para nada tomamos en cuenta las posibilidades de elaborar pan como se hace en otras partes del mundo: a partir del centeno, la fruta del pan, la cebada, el maíz o el arroz. Agreguemos otras dos posibilidades, más cubanas, que nos permitirían adelantar en el necesario salto adelante: el “pan patato” del que hablara José Martí, elaborado a partir del boniato, y el casabe de yuca, pan de nuestros aborígenes.

Hechas estas disquisiciones culturales, vayamos al meollo del presente comentario.

Ante la situación actual e involucrada en el remedio posible, está la Cadena del Pan, entidad pensada para incentivar la cultura del pan y sus variedades, no para sustituir o completar la producción de las panaderías convencionales. Como el más reciente intento de repartir de manera equitativa tan imprescindible alimento, se ha recurrido a la venta de sus producciones asignándolas por bodegas y controlando la adquisición por torpedos y libretas de abastecimiento.

Constituye una alternativa demandada por la población, que se aplica para algunos abastecimientos deficitarios, como los de aseo y otros, donde la exigencia de los grupos de apoyo logra un brillante desempeño contra coleros, acaparadores y revendedores.

A primera vista parece lo más justo y sin dudas lo es; pero las matemáticas aconsejan una segunda mirada.

En el poblado de La Fe, donde dispongo de los datos de Oficoda, al cierre de enero hay 7 378 núcleos familiares. Y la Cadena del Pan, en la venta por bodegas, abastece a 120 núcleos diarios con cinco panes baguette y ocho de gloria. Eso significa que usted, si le correspondió comprar hoy, no podrá hacerlo hasta pasados dos meses. Esta medida, a todas luces, crea insatisfacción, disgusto y, dicho en buen cubano, no soluciona nada.

Algo mejor sería si aplicáramos un criterio que recojo con frecuencia, también salido de la población. Si la harina que la Cadena del Pan está empleando en La Fe para sus producciones actuales fuera destinada a ser elaborada por esa misma institución como pan de molde, redondo, con un peso de 80 gramos, equivaldría a más de
1 300 unidades que podrían suministrarse a las cafeterías, incrementando sus ofertas y haciéndolas menos costosas al consumidor.

Con seguridad, usted no va a adquirir los cinco panes cada dos meses, pero en ese tiempo compraría “panes con algo”, varias veces, en las cafeterías y a un precio que pudiéramos topar de manera oficial en no más de 30 pesos.

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