El celular y yo

Ilustración Internet

Un gran invento es el celular, y se ha vuelto tan cercano que si nos falta por pérdida, robo, ausencia de datos móviles, lesiones en la batería… nos inquietamos como si se tratase de una parte del cuerpo. Es que el celular nos conecta con el mundo, las redes, trae música, tira fotos, graba videos, es un despertador; incluso nos envía notificación, eso, invita a jugar.

Es un todoterreno que no puede quedarse fuera del área de cobertura; ah, y es muy personal, eso de que cualquiera meta las manos en tu celular no se ve bien, se convierte casi en una prenda íntima que solo “yo puedo tocar”, algo así como una célula privada de nuestro organismo vital.

Eso y mucho más forman parte del lado positivo del maravilloso invento. Pero el artefacto nos plantea algunos problemas que merecen toda nuestra atención. Ya no hablamos de la vigilancia a la que somos sometidos entre el GPS y las huellas digitales que dejamos y nos convierten en un punto –fácil de localizar en la multitud millonaria del planeta– ahora convertido en aldea global, y donde somos conocidos por los dueños de Internet aunque no nos conozcamos entre nosotros.

Uno de los problemas es el tiempo que pasamos pegados al estimado móvil. Si vamos por la calle o manejamos, por alguna razón, el telefonito se acerca al oído. He visto más de una vez a alguien en moto o bicicleta contar una linda historia mientras con una mano sostiene el celular y con la otra, mecánicamente, aguanta el manubrio.

Otros, a la hora de la comida, con una mano se llevan la cuchara a la boca y en tanto el pulgar de la otra rueda la pantalla saltando de Facebook a WhatsApp hasta que se detienen en un video; por unos instantes la cuchara deja de moverse, olvidándose del viejo proverbio chino: “Cuando se come se come; cuando se duerme se duerme”

La mayoría de las veces, tal vez la sobredosis celulariana no aporta mucho que no sea asomarnos a husmear y saltar de emoción en emoción entre el me gusta, el jajaja y la mengua, sin notarlo, del acto reflexivo.

El asunto se torna alarmante cuando desde edades muy precoces se abusa de las pantallas, bajo la creencia de que ya se adiestran los niños en la cultura de las redes y la tecnología en detrimento de la elemental necesidad de socializar, correr, saltar o escuchar la historia que cuentan los abuelos.

A veces nos hundimos tanto en las entrañas del celular que nos alejamos de la realidad; estamos muy conectados con amigos de todas partes, mas nos faltan la palabra y el tiempo para la familia que tenemos cerca; es entonces cuando una rara soledad se apodera del hombre que vive dentro de un espectáculo artificial, olvidándose de mirar la rosa anónima y limpia del jardín.

Ahora en que la atención se vuelve un recurso cada vez más escaso, las tecnologías pueden cambiar la percepción de la realidad, inducirnos a otras formas de enajenación. No pocas voces alertan el peligro, pero es difícil buscar las formas de comprender la lógica de ciertos impactos, cuando se ligan la necesidad, utilidad, seducción, amenazas y el fragmento interior que producen las nuevas tecnologías.

Nadie ha dicho de echar los adelantos de la ciencia al latón de la basura por evitar el lado negativo. Estamos ante la lengua de Esopo, quien nos dijo que esta puede ser buena o mala, depende del uso que le demos. Una pregunta cae sobre la historia. ¿En qué pensaba el Daniel bíblico cuando dijo que aumentará la ciencia y también la angustia de los hombres?

Por lo pronto, entre el celular y yo respira otro ser humano a quien no siempre es preciso llegar por el tono inconfundible de un teléfono móvil, sino por el puente de unos ojos, una taza de café, la palabra sobre la mesa, el abrazo irrepetible que nos salva de perder la compañía.

(*) Profesor universitario y colaborador

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3 Replies to “El celular y yo

  1. Nos está incomunicando la nomofobia, las mejores cosas de la vida, los mejores gestos no lo estamos disfrutando.
    Excelente, Profesor, otro escrito para pensar bien

  2. Me encanta el escrito. Soy partidaria de su reflexión puesto que en mi hogar es una lucha campal por rescatar aquél ámbito familiar. Dice la Biblia que “…Todo tiene su tiempo…” Al parecer para mucho el tiempo no es nada más y nada menos que su celular, en ese mundo se envuelve el suyo y viceversa. Los demás a su alrededor no existimos, HASTA UN DÍA…..en que realmente no existiremos y lamentarán el no haberle dedicado más tiempo y compañía, pero ya será demasiado tarde.

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