No sé si usted estará al tanto, pero el nuevo año viene diferente. Nos faltan solo dos cosas: arrimar el hombro, meterle el pecho a lo que haga falta y cruzar los dedos para exorcizar un ciclón o un accidente fortuito como los sumados a otros cercos en los últimos tiempos. No creo en la mala suerte y menos en la de todo un pueblo, pero vivir en el corredor de los ciclones –como otros en sus islitas de volcanes y temblores, sobre el corredor de fuego– da a cada rato muy desagradables “sorpresas”. Esta vez fue Ian, antecedido por el incendio en Matanzas.
El 2022 lo capeamos a como dio lugar y no pudo ni pudieron con nosotros, aunque no pocos del otro lado esperaban el batacazo final del Socialismo cubano que de tanto propalarlo hasta ellos mismos se lo llegaron a creer.
Interminables eran las noches por los apagones –en otras partes del país–, la falta de medicinas de patente obligaba al uso de la natural o alternativa y los precios se dispararon en todas las esferas, pero a esto, y a mucho más, nos fuimos sobreponiendo con la mejor arma de la guerra no convencional: la estrategia de la resistencia creativa.
Hoy nos abocamos a un panorama diferente. La dirección del país hizo brotar agua de las piedras, y surgió un presupuesto para el nuevo año que prioriza la situación social del país, presupuesto cuyo 72 por ciento va a Salud Pública, Educación, Cultura, Deporte y Asistencia Social. No con largueza, pero sí atemperado a las posibilidades, a la realidad. Inspira respeto, confianza, acompañamiento y comprometimiento a la mayor participación y buen uso de cada centavo.
Debemos calzarlo con lo que corresponde a cada uno: el ahorro en cuanto sea posible porque evita disminuirlo en gastos innecesarios, contribuir con nuestro aporte monetario, los tributos que se canalizan por la Onat (ese dinero vuelve a nosotros a través de subsidios y sectores priorizados como los ya referidos). Y aportar en cada puesto laboral cuanto nos sea posible, tanto física como a traves del intelecto y la ciencia.

¿Es todo? No. ¿Ha pensado en cuántos miles de quintales de viandas, hortalizas y vegetales pudieran moverse localmente si cada uno de nosotros, en condiciones de hacerlo, sembrara apenas 20 matas en una parcela, en el área verde inmediata a la vivienda o el centro de trabajo…? Hace 35 años –desde la creación de la llamada Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar– estamos llamados a esto. Hoy nos encontramos justo en el punto de giro, allí donde la espontaneidad deja de serlo, donde se impone como obligación moral para convertirse en movimiento político y de masa, son posibles los resultados esperados.
En tal sentido, importa mucho la exigencia y fiscalización también de las autoridades superiores. Ninguna dirección municipal o delegación territorial puede sentir que está cumpliendo su cometido si unidades que le están subordinadas no crean las condiciones y comienzan a contribuir sustancialmente para que el territorio alcance su soberanía alimentaria. Y no estoy hablando de un modestísimo “huerto del cocinero” con algunas condimentosas, me refiero también, y con especial énfasis, a la cría de ganado menor: caprinos, ovinos, cunícolas, porcinos y cuantas especies sean capaces de aprovechar los pastos. Hierba y plantas verdes no nos faltan, son alrededor del 60-70 por ciento de su sustento.
Un dato histórico, curioso, y termino. Stalin sacó a la Unión Soviética de la hambruna posterior a la guerra imponiendo la cría intensiva de conejos. Y por las características de su clima, los soviéticos tenían menos posibilidades que nosotros de lograrlo. Hoy, en varias de aquellas ciudades entonces arrasadas, se conservan monumentos que lo agradecen, no a Stalin sino al conejo.
¡Fuerza, pineros! El 2023 será tan bueno como seamos capaces de hacerlo.