De ceramista a mujer bandera

Bungalow de la Wheeler, en Santa Elena, cerca de La Demajagua.

Fue la primera ceramista en tierra pinera.  Nació en Harvard, Estados Unidos, el primero de abril de 1861. Sus compatriotas la usaron como mujer bandera en su lucha final por la no ratificación del Tratado Hay-Quesada.

La Wheeler, primera ceramista y mujer bandera de los colonos norteamericanos.

A Harriet Powell Wheeler le sobraba voluntad, pero ni imaginaba qué realidades se le impondrían muy pronto en esta isla: los ciclones tropicales, las nuevas y muy altas tarifas aduanales en su propio país, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial… Circunstancias y frustraciones que la llevarían, en breve, a enrumbar una esperanza distinta al cultivo de los cítricos –donde resultó pionera absoluta–: la elaboración de cerámica roja en tierra pinera. 

Otros sucesos acabaron de aplatanarla, superiores inclusive a la excelente calidad de los barros isleños que descubriera por Sabana Grande. La menor de sus hijas, Vera, ahora convertida en esposa de uno de los más grandes magnates locales en la compra y reventa de tierras, Edward Jefferson Pearcy, acababa de hacerla abuela y su nieto –según refiriera a una amiga–: “Era la más linda monada de criatura”. Además, le era preciso apoyar a su yerno, quien “despunta como una personalidad muy influyente en la lucha política por incorporar este territorio a Estados Unidos”.

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La Wheeler, por la calidad del barro y la esmerada elaboración de la artista, tuvo siempre una gran demanda en Nueva York, mercado principal de sus exportaciones. 

En esta Isla no le iba mal, hasta el 15 de febrero de 1924… cuando el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano recomendó por cuarta vez que el tratado Hay-Quesada fuera ratificado. Significaba que Isla de Pinos pasaría a la soberanía cubana, quedando en nada la lucha librada por los colonos durante un cuarto de siglo, para lograr justamente lo contrario. 

Era el momento de las definiciones, y dos circunstancias apuntaron hacia la Wheeler. Edward Jefferson Pearcy encabezaba la lucha política contra los cubanos, y ella era… la esposa –ante el altar, aunque ya desde mucho antes no en la práctica– de míster Wheeler, uno de los senadores que definiría con su voto la suerte de aquella contienda.

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Y la Wheeler, ahora mujer bandera de sus compatriotas, acompañada por un séquito de encumbradas señoras, emprendió un larguísimo viaje a Washington.  Entonces tenía 63 años, y la artrosis torturaba sus huesos.  La petición presentada a John Calvin Coolidge, el presidente norteamericano, una carta de catorce páginas, con anexos, contenía datos tan contundentes como “los 119 millones de dólares pagados a viudas y veteranos, en apenas 20 años, por su vinculación a la guerra hispanoamericana, librada para liberar a Cuba de España”.

Y no se permitía al presidente olvidar que “cuando los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial, se presentaron como voluntarios 113 –de unos posibles 250 hombres americanos, en edad militar–, residentes en Isla de Pinos. Un porciento de patriotas más elevado que en muchos grandes estados de la Unión”.

Coolidge estuvo de acuerdo. El sacrificio y los gastos “no habían sido compensados por Cuba”. El Tratado no se ratificaría. La Wheeler y su comité de damas habían ganado la partida, al parecer…

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Pero entonces entró en la palestra un avezado diplomático, el coronel del Ejército Libertador Cosme de la Torriente y Peraza, recién nombrado como primer embajador cubano en los Estados Unidos.

Los resultados son conocidos, el 13 de marzo de 1925 fue ratificado el Tratado Hay-Quesada, Isla de Pinos pasó definitivamente a la soberanía de Cuba y los colonos norteamericanos aunque recibieran el trato de extranjeros más favorecidos, vinieron a ser eso  precisamente: extranjeros en tierra pinera. 

Harriet Powell Wheeler murió a los 84 años, el 28 de marzo de 1945, y reposa en el cementerio de Columbia. Su asiento anterior en esta Isla, cerca de La Demajagua, donde levantara su último bungalow, tiene para sus vecinos de hoy un mote pintoresco: La Finca de la Vieja.

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