Los cubanos somos muy diversos. De los más diversos de América. Quizás solo los Estados Unidos se parezcan a nuestra diversidad. La mayoría de los países de este continente hacia el sur fueron europeizados cultural y étnicamente durante la colonización que comenzó en 1492.
Sin embargo, la identidad de los pueblos originarios se mantuvo en su mestizaje, porque esa parte del continente estaba mucho más poblada que la marítimamente aislada isla de Cuba. Aquí los originarios estaban en desventaja en casi todo frente a la llegada europea y africana. Sus identidades culturales y sociales se disolvieron y mezclaron minoritariamente junto con sus genes en nuestra población actual. Algo similar debe haber ocurrido en la América del Norte, aunque por otras razones.
Nuestros científicos han descubierto que como promedio el 72 % de nuestros genes son de europeos, el 20 % de africanos y el 8 % de nativos americanos. Se refieren a genes y no a color de la piel ni otros rasgos, que son objeto de otro tratamiento.
La historia también está escrita en esos genes. Si tomamos el llamado ADN mitocondrial que se preserva como exclusivo de nuestras madres en una parte de la célula originaria, el óvulo fecundado, vemos que somos mucho más complejos. El 39 % de nuestras madres son africanas, el 35 % nativas americanas y el 26 % es europea. Lo de nuestros padres sale del cromosoma “Y”, exclusivo de los varones. Aquí el panorama cambia totalmente. El 81.8 % de nuestros padres es europeo, el 17.7 % africano y solo el 0.5 % nativo americano[1].
Se trata de una clara demostración científica de cómo se habitó un país nuevo durante más de 400 años de colonización. Venían dominadores masculinos, un poco buscando riqueza, un poco aventura y un poco nuevas formas de realización personal. Pero no era frecuente que trajeran a sus parejas femeninas de la sociedad machista en la que vivían, sino que aquí se apareaban y procreaban mayoritariamente con las nativas originarias y las traídas como esclavas.
Esto y muchos otros factores económicos, sociales y culturales, hace que la historia de la península española y la de Cuba tenga mucho en común, sobre todo en esos primeros 400 años. También lo tienen nuestros hábitos y costumbres. Y nuestras formas de reaccionar frente a ciertos valores sociales. Uno de ellos quizás sea el de nuestra tendencia a las polarizaciones, a verlo todo negro o todo blanco y a tender a olvidar los matices, las muchas veces hermosas tonalidades de gris.
La foto que ilustra estas letras fue tomada por el diario “El País” y apareció en su edición digital el pasado sábado 21 de enero en una manifestación de la ultraderecha española en la mismísima Cibeles madrileña. Se reporta que muchos miles de ciudadanos se manifestaron “Por España, la democracia y la Constitución” en contra la coalición progresista de izquierdas que gobierna actualmente el estado español. Los principales oradores y convocantes provienen de un partido considerado de ultraderecha llamado “Vox”, acepción latina de “voz”.
Nuestra educación en Historia de Cuba suele carecer de la debida información acerca de esa región de Europa que decisivamente aportó lengua, cultura, fe, gobierno y población a nuestra nacionalidad actual. Una de las cosas que se suelen obviar es que lo que llamamos España es un conjunto riquísimo y diverso de comunidades, algunas con rasgos muy propios y cuyas diferencias son más o menos importantes para los ciudadanos según sus criterios y educación.
Las tendencias políticas más progresistas y científicas suelen favorecer la unidad en la diversidad. Las más conservadoras han perseguido, a veces por la fuerza, unificar y uniformar a todos bajo los únicos cánones de las regiones centrales de la península.
Es muy poco probable que entre los participantes de esta manifestación “por España” estuvieran los principales protagonistas del gran capital español actual, que suele ser un bastión conservador. Estaban, eso sí, algunos de sus políticos representativos y una gran masa de personas, muchos jóvenes propensos a manifestarse, provenientes de capas generalmente modestas de la población española. En su educación se les dice que ser español es una condición de hidalguía especial, que muchos entienden que estaría por encima de las diversas nacionalidades y culturas que coexisten inevitablemente en la Península.
También se les suele decir que ellos trajeron “la civilización” a América y que los de acá somos sus hijos y no sus hermanos culturales. Y se lo creen con firmeza, lo que se refuerza en muchas comunidades virtuales tan frecuentes en nuestros tiempos de libre comunicación global.
Lo interesante de esta foto es que la principal bandera española que se observa es la del “aguilucho”, donde se dibuja una imperial águila negra en el escudo de la corona. Esa era la bandera que adoptó la España que quedó después de una asonada militar y guerra civil que acabó con la democrática República Española (1931 -1939), desangró el país desde 1936, y llevó al poder a un dictador que se autotituló “Caudillo de España por la gracia de Dios” hasta su muerte en 1975. Gobernó autocráticamente a sangre y fuego y dejó un rastro de miles de asesinados, atraso cultural de las mayorías, y un indecible sufrimiento para los pueblos que acoge ese país, tan nuestro como de ellos en la historia.
La otra impronta de la fotografía es que aparece una bandera cubana. ¿Qué hace nuestra enseña al lado de la de la España fascista en una manifestación de ultraderechas? ¿Qué hace nuestro símbolo de independencia y libertad, de antirracismo, de justicia social, de igualdad, de internacionalismo, en una multitud coexistiendo con la de los herederos ideológicos de Cánovas del Castillo, Weyler, Millán – Astray y Franco? Nos guste o no, una observación científica de este hecho debe llevarnos a confirmar muchos elementos políticos y sociales que estamos presenciando en este mundo de cultura y comunicación inevitablemente globalizada.
Son masas significativas de personas que abrazan las ideas más extremas de la derecha. Su perfil cultural es digno de estudio. De ninguna forma suelen pertenecer ellos mismos a las clases privilegiadas del capitalismo. Esgrimen las ideas supremacistas que más convienen a las esas clases de grandes propietarios, a las que les resultan muy útiles cuando los mecanismos más democráticos no las favorecen. No atribuyen sus males a las contradicciones raigales de sociedades donde minorías se apropian del trabajo de las mayorías sino a las izquierdas y al “comunismo”. Los verdaderos poseedores si facilitan este proceso a través de eficientísimos medios de comunicación que trasmiten populismos elitistas en torno a la fe, o a la etnia, o al idioma.
Los “camisas negras” del fascismo italiano de Mussolini con sus hordas tomaron el poder en Italia en 1922, asaltando Roma y destituyendo un parlamento en el que casi no estaban representados. Se parece mucho a las hordas del 6 de enero de 2021 asaltando el Capitolio de Washington DC, donde los “Proud Boys” de Trump tuvieron un papel protagónico alentados por la mentira repetida millones de veces de que se les había robado la elección de su líder. La historia reciente del asalto al poder en Brasil por masas con similares composiciones son otro indicio.
¡Cuánto tenemos que aprender de la historia bien contada y desprejuiciada para evitar que una debacle moral e ideológica favorezca el engaño y lleve a los inmorales a convertirse en líderes de masas! El simple hecho de que un ciudadano haya considerado que su bandera cubana deba coexistir con la del fascismo en una demostración de masas a favor de lo más conservador es un motivo importante para hacer ciencia en política. Y hacerla sin dogmas que nos lleven al autoengaño. ¿Qué está pasando y por qué? ¿Cómo podemos revertir estas peligrosas tendencias de las que no estamos exentos, porque no vivimos en una burbuja aislada?
César Vallejo, un peruano poeta de los más grandes de nuestra lengua, compuso una pieza famosísima cuyo título encabeza este escrito. Podría parafrasearse hoy: ¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba!
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