Tenemos un gran contingente agrícola puesto en conserva, inanimado, muerto en vida por una indicación que lo desactivó. No me refiero al Contingente 15 de Mayo –¿lo recuerdan?– que, al inicio del Período Especial tantos frijoles, boniatos y calabazas aportara a las tarimas santafeseñas. Se trata de otra cosa. Y está a la vista, diseminado por toda la Isla.
Radica en el conjunto de escuelas en el campo desactivadas, los ahora denominados centros cerrados. Allí el marabú se yergue como una muralla espinosa, en sus accesos y alrededores, sin el freno de los cultivos. Antes no era así. No me refiero a su etapa de esplender cuando estaban alegradas por las plantaciones de toronjas y el bullicio de sus estudiantes. Se trata de un tiempo mucho más cercano. Entonces cada una tenía sus alrededores sembrados y el marabú era contenido y hecho retroceder por las nuevas áreas agrícolas que se fomentaban.
Habíamos sobrepasado el Período Especial y se respiraba otro aire en el abastecimiento a la población. Incrementado, casi sin percatarnos, por un suplemento alimentario que incluía, además de las viandas, hasta carne de cerdo, conejos u ovinos. Y salía de unos 50 de estos centros, producido por quienes estaban a cargo de su cuidado.
Este aporte de los centros cerrados alcanzó a varios años, pero un día su gobierno cambió de manos y debieron regirse por otras normativas. Daban prioridad a la custodia de los inmuebles antes que a la utilización de la fuerza de trabajo que representaban. La medida quizá pareciera adecuada en aquellos momentos, cuando no enfrentábamos una situación como la actual. Aunque acatada muy a regañadientes por los trabajadores, aquella normativa finalmente se impuso e inmovilizó muchas manos acostumbradas al trabajo duro, en el campo.
Así perdimos al contingente agrícola más fuerte y menos costoso. Compuesto por un capital humano que lo tenía todo: vías de acceso, alojamiento, cocina, teléfono, almacenes, electricidad, pozos con agua… y sobre todo, disposición.
Puestos en este punto, hagamos algunos cálculos, groso modo, sin mayor profundización en detalles. Descontemos los centros cerrados convertidos en comunidades agrícolas, y también los que por tener tierras menos productivas debamos desechar, de momento. Nos quedarán todavía unos 40 ahora mismo disponibles, que pueden ser reincorporados a la producción. Supongamos que a cada uno le desmontemos tres hectáreas en sus alrededores, y serán 120 nuevas hectáreas para la producción de viandas, hortalizas, huevos y cárnicos.
Hablo de desmontarles porque interesa andar rápido y no a machete contra marabú. ¿Buldóceres? Hay, varios incluso; por citar solo uno: el que está en la cantera de Sierra de Casas, roto pero no irreparable.
Los centros cerrados, se me ocurre, constituyen una alternativa muy de tomar en cuenta para incrementar nuestra producción de alimentos. Y por lo mismo –al tener, como tienen, una plantilla promedio de nueve trabajadores– si se echan a andar, si son sacados del estado de conservación en que se encuentran, estaremos incorporando un potencial productivo nada despreciable. Puede ser el mayo.
Muy interesante y oportuno su comentario. Es lamentable ver tantas edificaciones, en otros tiempos secundarias básicas, deteriorándose por falta de atención y sin embargo el marabú adueñándose de toda la tierra que tiempo atrás era como un hermoso jardín lleno de toronjas. Hay de diseñar a corto plazo alguna estrategia para eliminar por siempre este flagelo, que es el marabú y recobrar esas edificaciones que tanto sudor costó. Estamos viviendo tiempos difíciles.