
La inteligencia natural y destreza distintiva de los chinos maravillaban a quienes tuvieron la oportunidad de verlos trabajar.
“Una cuadrilla de chinos –anotaba un cronista– divididos en dos filas, en incesante movimiento, vaciando un tanque de meladuras y llenando las hormas con la misma velocidad y regularidad que una correa de trasmisión o la igualdad precisa de un péndulo…”.
Los chinos fueron, de preferencia, empleados en la construcción. Su tradicional habilidad y rapidez para transportar cargas los hacían preferibles al africano. El negro cargaba sobre la cabeza, lo cual limitaba su fuerza útil y hacía el transporte lento a causa del ritmo que le imponía el andar.
El chino, en cambio, cargaba sobre la espalda por medio de una larga y elástica pértiga de bambú, a cuyos extremos estaba suspendido el doble peso a transportar. “Su andar rápido y flexible –anota otro cronista– estaba acorde con el vaivén de la carga con un sincronismo tan perfecto que los dos parecían formar un solo cuerpo vivo, una sombra que se desplazaba con extraordinaria rapidez”.
Utilizando así hábilmente el principio de inercia, el más diminuto chino realizaba, al final de la jornada, tres o cuatro veces más trabajo que un fornido lucumí.
La Sociedad de Fomento Pinero, constructora de la Ciudad Balneario de Santa Fe, “… posee 42 asiáticos” –según su balance anual, correspondiente al 15 de febrero de 1863. Aquellos chinos estaban empleados en Sierra Tejar, propiedad de la empresa, a unos metros de la actual escuela de primera Magali Montané Oropesa.
LA PRIMERA REBELDE, UNA MUJER
A la decena de “colonos” o culíes chinos que arribó a esta Isla en 1858 se sumaron enseguida otros 48, luego 34 y finalmente 51 para sumar 143, su cifra máxima. Nunca volvió a traerse una mujer, y no solo porque resultaran demasiado caras.
El “pundonoroso señor” Don Alejo Salas y España, barcelonés y único residente pinero incluido entre los accionistas que redactaron los Estatutos y Reglamento de la Sociedad de Fomento Pinero, se adueñó de la primera celeste a que hacíamos referencia al inicio de este trabajo, y le puso por nombre Ruperta.
Ningún documento nos la describe físicamente ni un viejo daguerrotipo conserva su imagen desvaída, no podemos sino suponer cómo era aquella muchacha brutalmente esclavizada y usada al antojo de su amo, pero la imaginamos con esa exquisita delicadeza femenil tan propia de las suyas, grácil, esbelta… y aquí, indefensa, solitaria.
La desesperación y el fatalismo de su cultura, alimentado por la religión taoísmo, marcaron su conducta –y esto sí nos consta– indoblegable.
El 14 de diciembre de 1859, cuando todavía no cumplía el primer año de su arribo a Isla de Pinos, Ruperta se lanza al pozo de la casona solariega inmediata al lugar donde su dueño levantaría después un ingenio azucarero.
Se libertó ahogándose, y sin ayuda de nadie. Fue aquí la primera rebelde, una joven china toda grandeza. Otros compatriotas calcarían su arrojo, ahogándose, ahorcándose o finalmente insurrectos en los “disturbios” pineros de1875, cuando –consta en documentos– dos de ellos fueran fusilados, “pasados por las armas” al decir de la época: Ramiro Tercero e Idelfonso, o Alfonso, quien prefirió irse a la tumba sin decir su nombre.