Con las flores, lo increíble

Foto: Internet

Tercer sábado de mayo, sobre las nueve de la mañana. A la funeraria de La Fe, donde yace un finado desde la noche anterior, llegan una corona y un cojín. Las flores son de un rojo intenso, flores de flamboyán. “Ojalá no haya viento en el tránsito hasta el cementerio”, pienso, porque se despetalarían antes de llegar a la tumba.

Estas ofrendas no son de confección santafeseña.

Aquí la Fábrica de Coronas está cerrada. El área de cultivo que debería abastecerla anda escasa de flores, no tiene viveros ni áreas de injerto. En consecuencia, su oferta, esmirriada y escasa, es de tan pobre calidad que ante ella no desmerece una oferta de buganvilia o flamboyán.

Y no puede ser de otro modo. Al recorrerla, veo solo –en incremento– la variante menos ornamental de la amarillenta Flor de Muerto y algunas rosas callejeras, de esas que aparecen en cualquier patio de casa y a las que se da poco valor por ser muy perecederas e inconsistentes. Ni una sola de verdadera calidad.

Ningún mejoramiento orgánico, ni siquiera el esparcir de alguna excreta, ha recibido este suelo desprotegido de cubierta y lavado por las lluvias de muchos años. Disminuido, además, a un tercio de lo que fuera cuando había flores en La Fe para ornamentar la autopista, suministrar a entidades estatales, su venta en las calles por floristas o que no se fuera ni un solo difunto sin tantas coronas y cojines como se precisara.

Sus dos terceras partes son ahora enyerbados pastizales o zona de autoconsumo, sembrada de plátanos. Evidentemente, el abastecimiento de flores de calidad y en volumen suficiente no estuvieron -como le corresponde y es de su entera responsabilidad- entre las prioridades de Servicios Comunales en esta localidad.

La situación, a nivel de territorio, no es mejor.

Hoy se pretende, incluso, que los organopónicos destinen parte de su fuerza de trabajo y áreas de siembra al cultivo de flores, cuando su objeto social, el prioritario, es proveernos de dos renglones en que no alcanzamos todavía el suministro demandado: hortalizas y vegetales.

El hombre tiene dos hambres, anotaba nuestro cuentero mayor, Onelio Jorge Cardoso; una de ellas se sacia solo con belleza, con riqueza espiritual, con algo tan hermoso como aportan las flores: sus formas, fragancias y colores; resultan imprescindibles. Son parte de las relaciones sociales propias de nuestra civilización y cultura. Nos acompañan desde la cuna hasta terminar el juego de la vida.

La dirección actual de Servicios Comunales heredó en la misérrima floricultura una de las carencias no achacables a baterías, neumáticos ni medios de transporte –justificantes tan comunes al hablar de la recogida de basura– sino atribuibles a miopía directiva, a falta de intencionalidad, control y persistencia.

La solución actual, la adoptada como emergencia, no puede caracterizarnos a largo plazo. Estamos importando de Mayabeque dos o tres envíos de flores a la semana. Compramos allá el girasol a 2,50 pesos/unidad y lo vendemos aquí a doble precio.

Rentable, cómodo y seguro; pero socialmente insostenible. Hay que producir aquí, generar empleos aquí, autoabastecernos con lo nuestro y abaratar precios. Ese es el camino, trazado y exigido a todos los niveles por nuestro Partido y Gobierno.

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