
En aquella visita a las escuelas internacionalistas Fidel venía acompañado de Sam Nujoma, creador y líder de la Swapo, organización guerrillera que luchaba por la liberación de Namibia. Llegaron a la Esbec Hendrick Witbooi, toda con alumnos de esa nacionalidad, sobre la media mañana.
Como aconseja cualquier manual periodístico, me había preparado para hacerle una entrevista si tuviera la oportunidad. Debía tenerlo todo bien pensado –me propuse– y no ponerme nervioso ni olvidar nada en el momento preciso. Aspiraba a que me respondiera al menos una pregunta y me enfoqué a dilucidar un tema de la historia que solo él podría esclarecer.

Aquí, en Presidio Modelo, confinado en solitario –como sabemos–, reconstruyó de memoria su alegato de autodefensa en el juicio por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, conocido después como La Historia me Absolverá.
Conocía, como cualquier estudioso del tema, que en carta a Melba Hernández, Fidel le adelantaba que Mirta, su esposa entonces, le hablaría de un folleto de decisiva importancia. La heroína del Moncada todavía no estaba al tanto de que a ella correspondería recopilar el manuscrito que le llegaría por cartas dirigidas a diferentes personas, mucho escrito entre líneas con zumo de limón, pero no todo, imprimir 100 000 ejemplares y hacerlos circular de inmediato por el país.
Y ya Fidel se refiere a Mirta… ¿Fue ese su único papel en la salida clandestina del documento o ella tuvo una participación mayor? Solo él podría esclarecerlo, era la pregunta que le tenía reservada.
Ya en la escuela, preparé mi emboscada periodística con ventaja. Alguien, bien enterado, me avisó que entraría al museo de esa nacionalidad, un aula del primer piso con la exposición de su artesanía y folklor. Escogí el lugar que me pareció más conveniente: junto a una figura tallada en marfil, impresionante, que no podría pasar por alto, según pensé. Allí lo esperé, en solitario, micrófono en mano.
Entró sin acompañantes y comenzó su recorrido en sentido contrario a donde yo le esperaba. Cuando por fin llegó hasta mí, me miró a los ojos, muy serio, luego a mi credencial; cogió en su mano aquella escultura y la percutió suavemente con los nudillos… esperaba una pregunta, estoy seguro. Debió vérmelo en la cara.
En aquel momento entró Nujoma y le habló, tradujo la intérprete, llegaron varios hombres recios, todos vestidos con guayabera blanca de hilo, algunos dirigentes, otros periodistas… Cambió el ambiente, se rompió el encanto y sentí como se escapaba mi instante para esclarecer aquel detalle en la historia patria.
Pero aunque la emboscada periodística no logró su objetivo, aquel momento resultó inolvidable y oportunidad para apreciar muy cerca los desvelos del Líder de la Revolución Cubana por la liberación de África, el apoyo permanente a la lucha de sus pueblos por un futuro mejor como lo conquistaron poco después no solo Namibia sino también Zimbabwe, la propia Sudáfrica al despojarse del régimen racista y otras naciones del cono sur de ese continente.
Era entrañable la hermandad entre los líderes de esos pueblos con Fidel, y que perdura en la solidaridad recíproca de africanos y cubanos de varias generaciones.