Hablemos de Ana Betancourt: mambisa, magnánima, adelantada a su época, pionera del movimiento feminista continental.

Su nombre encarna a la mujer inteligente, carismática y llena de gracia: a la insigne patriota camagüeyana de familia acaudalada, Ana Betancourt y Agramonte de Mora (1832-1901), le pertenece el mérito de ser la primera cubana en alzar su voz por conquistar plenos derechos femeninos sin tener miedo al presidio, ni mucho menos a la muerte.
Muy bien demuestra su arrojo al apoyar la gesta independentista de 1868. Lo hace primero desde el silencio y, luego, en la manigua. Se ocupa de la propaganda insurrecta, funge como enlace entre la ciudad y el campo, oculta armas, da albergue a los emisarios de los mambises, escribe proclamas.
“Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.
“Ciudadanos: aquí todo era esclavo: la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”.
Pronuncia esta proclama al calor de la Primera Asamblea Constituyente de la naciente República en Armas, que acontece en Guáimaro, Puerto Príncipe, entre el diez y el 12 de abril de 1869, donde los delegados firman la primera carta magna mambisa, aprueban la enseña nacional, eligen a Carlos Manuel de Céspedes presidente y logran la unidad del movimiento revolucionario.
Casada con el hacendado Ignacio Mora de la Pera ambos hacen suya la causa independentista, comparten los rigores de la guerra en la manigua y en julio de 1871 una tropa enemiga los sorprende y ella consigue que su esposo huya, pero cae prisionera en manos de los colonialistas, quienes le exigen que escriba a Ignacio pidiéndole la rendición. La respuesta es tajante: “Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de uno sin dignidad y mancillado”.
Bajo una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo, la mantienen tres meses como carnada para atraer al coronel Mora. Logra deshacerse de sus captores, llega a La Habana y después vive en México, Nueva York y Jamaica, donde en noviembre de 1875 conoce la noticia del fusilamiento de su marido.
El siete de febrero de 1901 fallece en Madrid, España, y sus restos los traen a La Habana por gestiones de Celia Sánchez Manduley; los trasladan a Guáimaro, donde reposan en un mausoleo erigido a su memoria en la ciudad camagüeyana.
Vilma Espín Guillois, continuadora de ese legado, refiere: “Con palabras vibrantes y bellas, Ana Betancourt plantea hace un siglo que se desataran las alas de la mujer para que pudiera participar en todo. Por suerte, esas palabras quedaron para la historia y nosotras en la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) las hemos utilizado muchas veces”.
En honor de la excepcional mambisa crean la Orden al Mérito Ana Betancourt para reconocer a las mujeres que contribuyen de forma destacada en la defensa de los valores femeninos, revolucionarios, internacionalistas o laborales.
Ella sirve de referente a las Escuelas Ana Betancourt, proyecto de la FMC al comienzo de la Revolución, el cual trajo a la capital a
14 000 jóvenes campesinas de las Sierras Maestra, Cristal y Escambray para enseñarles el oficio de corte y costura y garantizarles su presente y futuro.
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