
Conserva una documentación única, los nombres de varios centenares de pacientes –cuando el brote de la conjuntivitis viral aguda– curados con las aguas del manantial Ojitos de Santa Lucía. Era custodio con puesto fijo, debajo del puente que cruza sobre el río Santa Fe, donde además de este existe otra fuente curativa, el manantial de magnesia, conocido en todo el occidente cubano por su marca comercial La Cotorra. “Llegaban con los ojos amarillos, rojos, pegados –recuerda– para lavarse, y ya estaban curados en tres días”.
Ella los atendía, aunque no fuera facultativa ni le correspondiera: indicaba cómo hacer el tratamiento y la frecuencia diaria. Continuaba, según su parecer, lo llegado hasta ella como tradición: ese manantial es bueno para la vista. Nadie sabía entonces si también sería efectivo contra la conjuntivitis.
Cuando estuvo convencida, Buzzeneche Sinechow Belay, “Clara, la etíope”, trasmitió sus observaciones a la doctora Silvia García Montesinos.
Un mes más tarde, ya a partir de prescripciones médicas y su seguimiento, la propia doctora escribía en la hoja de cargo que, más de 20 años después, conserva Buzzeneche:
Criterio sobre la experiencia de las aguas medicinales de Santa Lucía, evolución satisfactoria en la curación o mejoría evolutiva de conjuntivitis viral aguda.
Creo que los resultados fueron muy satisfactorios; aun en los casos que no cedieron antes del tercer día, evolucionaron mejor en la mitad del tiempo habitual.
Y no solo esto fue convertido por Clara en parte de su trabajo como custodio, “llegaba alguien muy tenso, con estrés grande, y yo le decía: ‘Ven, siéntate, mira pasar el río, conversa contigo mismo, en silencio’”.
Esta mujer, etíope de pura cepa, cubana por adopción, tiene como una aureola benéfica siempre a disposición de los demás y una gran intuición para curar.
Ella conserva no solo el registro diario de quienes fueron rehabilitados en aquella pandemia, en su memoria está recordar que más de 300 personas venían diariamente a buscar el agua La Cotorra para tomarla, y guarda un álbum de fotos –pagado con su modesto salario de custodio– con la secuencia del rescate en la fuente principal, el Santa Rita.
“Allí terminé de curarme mis problemas de cáncer de seno. Lo único que usé fueron las 30 radiaciones. Luego debía hacerme los chequeos mensuales, semestrales y el tratamiento con los químicos. Todo eso lo sustituí por el tratamiento con las aguas del Santa Rita. Pasaron 18 años, y estoy muy bien. No quiero que nadie sea indisciplinado por mi culpa, pero creo que debo contarlo porque puede servir a otros, como ocurrió con la conjuntivitis”.