Cuenta una vieja leyenda que Midas, rey de Asia Menor –entre 740 y 696 antes de nuestra era– impulsado por la codicia, rogó a Baco, dios del Vino: “Deseo que se convierta en oro todo lo que toque”.
El dios mitológico quiso darle una lección…
Y el avaro rey, impaciente por comprobar el don que recibiera, tomó una flor y al punto esta se convirtió en oro. Los frutos que colgaban de un árbol, apenas rozados por sus manos, se transformaron en fantásticas formas áureas. Y así también las piedras, los vestidos, los muebles; en fin, todo cuanto tocara se convertía en oro.
Pero, ¡ay!, más tarde, como si despertara de un sueño, tuvo hambre y el sabroso pan, al rozar sus labios, se convirtió en oro; tuvo sed y con el agua ocurrió lo mismo. También al tocar a su amada hija…
Fin del cuento.
Aterricemos esta leyenda a nuestro tiempo. Camine por cualquier punto del territorio pinero, campo, poblado o ciudad y sorpréndase de cuantos Midas nos están surgiendo. Su oferta no es mucha ni tan variada, hay escasez; todos lo sabemos. Solo que ellos lo ven como el mejor momento para hacer su dinero, aprovecharse, tener más y cada vez más… monedas, como el oro de Midas, incomestibles.
Pero, quien acumuló esos billetes o monedas que cada día ayudó a desvalorizar puede pagar con ellos lo que usted o yo no conseguimos, y viene a ser él, en definitiva, quien encabeza la carrera por los precios cada vez más y más altos.
Un pan con algo a lo que ellos llaman hamburguesa, 25, 35, 50… pesos. Una bolsa de nailon –que nadie produce en esta Isla–, tres pesos. Frutas naturales pineras, no de importación, convertidas en un vaso grande (16 onzas) de batido, 70 pesos…
Y se lo ofertan a usted ¡tan campantes! como si no estuvieran haciendo algo reprobable, antisocial, antipaís. Esto es –le dirán, si pregunta–: “Oferta y demanda. Lo mío, primero”.
¿De verdad?
Supongo que ni se les ocurre pensar en las consecuencias sociales. ¿Qué rumiará ese hombre o mujer modesto que barre las calles, que trabaja en una bodega o pasa la noche de guardia preservando bienes del pueblo? ¿Se alimentará con dos únicos vasos de batido al día? ¿Y su familia, no toma batidos? ¿No se transportan? ¿No pagan agua, electricidad, vivienda; no compran ropa, zapatos; nada más?
Pienso que ya es hora de pararle el caballo a tanto desboque. Y para eso están las autoridades competentes. La Isla, cuna de tantos experimentos realizados, podría aportar una nueva experiencia válida para todo el país. ¿De dónde sacó legalmente lo que vende? ¿Cuánto le costó? ¿Qué cuantía abona como impuestos a la Onat? ¿Cuál es su margen de ganancia razonable? Y hasta ahí. No se le puede permitir que continúe imponiendo precios arbitrarios, mirando solo por sus codiciosos intereses. Un margen deganancia razonable, esta es la cuestión a decidir. Ese rey Midas que nos está saliendo en cualquier esquina recibe como usted o yo, su familia incluida, los beneficios de todo tipo que aun a pesar de las dificilísimas condiciones económicas por las que atraviesa el país se les proporcionan a todos los cubanos por nuestro Estado.