
La mujer constituye el sostén y faro de la familia. Su rol en la célula básica de la sociedad es determinante para que esta funcione con armonía, bienestar y felicidad. Posee una capacidad extraordinaria para adaptarse a las circunstancias y se muestra osada ante cualquier reto; nada le es ajeno cuando se trata de garantizar la buenaventura de los suyos.
Si un hombre –en la actividad que sea– obtiene buenos resultados, sin dudas a su lado permanece una gran mujer. Todas son buenas en cuanto hacen, pero las que se dedican a labrar la tierra sobresalen de manera especial.
Combinar los quehaceres del hogar con el trabajo en el campo no es tarea sencilla, “mas, después que uno se adapta es fácil, al principio sientes que estás contra el reloj, luego le coges la vuelta y entonces tú misma te buscas más trabajo”, así lo describió Ada Piñeiro Pérez, campesina del polo productivo Julio Antonio Mella.
Es la primera que se levanta en su hogar, hace café, prepara el desayuno, despierta al resto de la familia y no se acuesta más hasta que termine el día. “No tengo tiempo para aburrirme –comenta–, siempre busco algo que hacer: atender los animales, llevar la casa, cocinar el almuerzo, ayudar a mi esposo e hijo en lo que necesiten y así transcurre mi día a día.
“Por las tardes cuando baja el sol les doy comida a los animales y tranco los terneros, así tienen más tiempo, no puedes guiarte por la hora porque la mayoría de las veces el sol está fuerte. En ocasiones me pongo a chapear los alrededores de la casa para mantener embellecido el entorno y de esta forma ayudo a los hombres que disponen de poco tiempo para eso”.
Ada tiene raíces campesinas, es hija de agricultores, de ahí nació su idilio con la tierra. No obstante es graduada como profesora de Educación Física, pero al comprometerse con su esposo dejó la profesión y se dedicó a lo que siempre la ha cautivado.
“Me gusta el campo, amo lo que hago, cuando veo un animal enfermo hasta que no lo recupere no dejo de atenderlo. Tengo una caballería de arroz sembrada y plátano; con el comienzo de la luna menguante pretendo plantar más, teniendo en cuenta que tras el último ciclón se cayó un número importante de plantas. Me gusta tener una parcelita para el autoconsumo familiar, no he podido desarrollarla por motivos personales, pero sí lo pienso hacer.
“El arroz sembrado va bastante bien a pesar de la sequía que nos afectó al principio; ahora con agua y fertilizante continuará mejorando. De igual manera todos los años recogemos el estiércol de carnero y reses, y se lo aplicamos, incluso de fondo antes de sembrar. Lo mezclamos junto con los saquitos que hemos ahorrado y lo regamos, así es como único obtendremos rendimientos”.
Ada reveló –mientras nos hacía una demostración–, que en su hogar es la encargada de capar a los cerdos a los siete días de nacidos. También ordeña las vacas cuando se queda sola con su esposo y su hijo no puede estar.
Es madre de dos hijos: un varón y una hembra, y abuela de dos nietecitos que son su vida. “A ellos deseo guiarlos. Cuando el mayor cumpla cinco añitos quiero empezar a llevarlo a la vaquería; ya hablé con su mamá y está de acuerdo.
“Mi hijo es licenciado en Informática, pero al igual que yo decidió dejar su carrera para incorporarse al campo, no lo puedo recriminar. La hembra es estudiada, pero como fémina al fin la sobreprotegemos más, sin embargo en el momento que yo deba ir para el campo a limpiar diques o realizar algún otro trabajo, ella viene y se hace cargo de la casa”.
Es indudable, donde esté la mano femenina todo fluye de manera especial. En el campo no es la excepción, allí donde el éxito y el fracaso se separan por una línea bien fina, las elevadas dosis de amor y perseverancia hacen que con la mujer la tierra se enamore y regale frutos.