Acosados por la jauría del bulevar

Redacción digital

La desagradable experiencia es bien reciente. Y el título no responde a un doble sentido o a un eufemismo. Nos estamos refiriendo a perros de carne y hueso, animales callejeros, de esos que se crían en cualquier casa de vecino. A mascotas… por el día. Aunque, por la noche, en el bulevar geronense, resulten otra cosa.

En cualquier plaza pública del mundo, como en La Habana Vieja, hay palomas y perros. Son parte de la ambientación turística. Y los muchos amantes de tales criaturas comparten con ellos alimentos y golosinas. Se retratan, inclusive, con uno o varios, teniendo como fondo a un icono del patrimonio cultural, casi siempre arquitectónico.

Y eso está muy bien, da alegría y humaniza al entorno.

Pero esos perros, están vacunados, traen inclusive un collar con su nombre y número de referencia. No son animales abandonados, se les alimenta a horas determinadas y en lugares específicos. Solo dan o  reciben cariño. Aportan algo tan necesario como la ternura. Y ninguno es agresivo ni implica peligro para los transeúntes.

En el bulevar de Nueva Gerona no ocurre así, y se trata del corazón mismo de la ciudad.

La escena que sigue parecerá estrafalaria, surrealista, inventada, pero sucedió así, fui coprotagonista, y la cuento tal como sucedió.

Terminada la jornada inaugural del concurso literario Mangle Rojo, regresaba a mi alojamiento, pasada la media noche. Y el bulevar estaba inusualmente desértico, como si fuera lo más alto de la madrugada. En toda una cuadra, andábamos solo una mujer de la mano con su niño, y yo, detrás, algo distanciado.

Y de pronto… aquella mujer y su niño  se convirtieron en motivo de caza para un perrazo deambulante. Ladró agresivo, les cortó el paso y a su llamada de refuerzo acudió toda una decena de otros congéneres, entusiasmadísimos.

Y a partir de ese momento, como en plena pradera africana, rodeada y sin escape por una manada de feroces carniceros, aquella mujer -en el gesto supremo de todas las madres- alzó a su niño en brazos y quedó expuesta a la mordida inminente.

Yo, aunque dulce para el ataque de perros, y con la desagradable experiencia de tantas inyecciones como demanda el tratamiento contra la rabia, me acerqué lentamente, muy lentamente… hasta poner mi espalda contra la suya. “No intente caminar, ni haga gestos de espantarlos” -la intimé.

Luego, tras minutos larguísimos de agonía, apareció un grupo de jóvenes algo bebidos y la jauría no se atrevió contra tantos. Nos unimos a su piquete, y escapamos del cerco.

¿A quién corresponde evitar que se repitan escenas tan dantescas? A los mismos de siempre, solo que esta vez (vaya usted a saber por qué razones) lo han demorado demasiado. Estamos alertándolo. Esta perralla que se ha adueñado del bulevar, demerita todo lo que se hace o intenta por dar vida nocturna a este tramo insigne de la capital pinera.

Otros artículos del autor:

Isla de la Juventud Opinión
Colaboradores:

One Reply to “Acosados por la jauría del bulevar

  1. Muy buen artículo, le faltó decir la solución y quiénes son los responsables de cumplirlas. Y darle seguimiento e informar a los lectores. Para que el artículo no se quede en un grito. Gracias

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *